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Tus conciertos privados eran los mejores, y yo, como única espectadora trataba de armar todo el revuelo posible.
Me gustaba ver tu sonrisa después de mi locura momentánea. Me seducida bastante. Después continuabas con la siguiente canción y yo tomaba asiento en la cama para presenciar la belleza de tu presencia.
Un día de esos te levantaste y dejaste la guitarra a un lado, sin comprender, te mire.
Te acercaste y me susurraste al oído que era lo más hermoso que habías visto en tu vida.
No sabía como reaccionar al respecto, tenía miedo. Miedo de decepcionarte, de que un día de tantos ya no encontrarás la belleza. Porque no existía tal belleza.
Pero eso no paso, Riker, tu seguías mirandome así, como si me amaras más que a nada. Y yo seguía aquí, con el mismo miedo.
Hasta que decidí actuar.
Te quiero, R. Por favor perdoname.

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