Prologo

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Al separar sus labios se apoyaron en la frente del otro, intentando recuperar el aire.

Abrieron los ojos al mismo tiempo y Félix comenzó a preocuparse al encontrar tristeza en los de Marinette.

No tardó en comprender.

Él estaba dispuesto a arriesgarse con alguien por primera vez en su vida. Estaba dispuesto a olvidar sus miedos, a dejar su juego por ella, a salir lastimado...

-Pero yo no -dijo Marinette con pesar.

Félix tragó saliva.

Un nuevo tipo de dolor lo acuchilló en el pecho. Podía sentir cómo algo se quebraba dentro suyo.
Sintió impotencia y debilidad.

Marinette inspiró y exhaló una última vez antes de alejarse completamente de él.

Lo miró con dulzura y con una voz suave dijo:

-Vete, Félix.

Pero ambos sabían que no sólo le pedía irse de su casa.
Le pedía irse detrás de su hermano menor a otro país.

-No me pidas eso, Mari- le rogó con la voz ronca.

¿Cómo podía ser capaz de irse a Italia después de esto?

-Por favor, vete-dijo con desesperación.

Suspiró agotado. Sabía que no podía convencerla, y del mismo modo sabía que ambos sufrían.

No le gustaba verla sufrir.

No quería seguir siendo un dolor para ella.

Así que acercó su mano a la mejilla de Marinette y la acarició sabiendo que tal vez no vuelvan a encontrarse.

Disfrutó del pequeño tacto todo lo que pudo.

-No esperes a que sea algo permanente.-susurró intentando reparar sus ilusiones partidas.

Ella cerró los ojos sintiendo la caricia.

Félix sabía que no aguantaría ni un momento más antes de derrumbarse.
Entonces se alejó y se fue sin despedirse.

Ni un adiós.

Al cerrar la puerta detrás suyo supo que estaba cerrando algo más.

Su pecho ardía, y su cabeza no pensaba. Sus manos temblaban y sus ojos picaban.

«Entonces esto es lo que se siente tener un corazón roto» pensó con amargura.

La calle estaba fría, pero no le importó irse a pie. Después de todo tal vez era la última vez que la recorría.

Sin poder evitarlo giró para ver detrás suyo la casa de Marinette, y pudo observar que en el balcón una larga figura se alzaba con un cigarro en la mano y botando humo al cielo.

Volvió la cabeza al frente y continuó con su camino.

Tal vez aún no estaban preparados para estar juntos, tal vez no era posible.
Pero aún así nada indicaba que en el futuro el destino les depare el mismo final.

Él era Félix Agreste y nadie podía obligarlo a renunciar. Él nunca se rendía.

Él volvería.

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