Capítulo 9

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Miró dentro de su armario. La verdad, no me sorprendió encontrarme con muchísimos más trajes iguales militares. Me dio el más pequeño que encontró. Bueno, había que aceptar que Johanna tendría que medir cerca de un metro ochenta y yo estaba cerca del metro setenta.

Antes de cambiarme de ropa, la capitana me obligó a darme una ducha. Llevaba como toda una estación sin bañarme en condiciones. Era genial la sensación del jabón arrastrando la mugre de tu piel junto con el agua calentita.

Una vez aseada y vestida, caminé junto con Johanna hasta llegar a unas puertas dobles de metal que daban a un comedor mediano. Donde doce soldados estaban ya sentados con platos llenos de comida. Caminé muy pegada a la capitana, ya que me sentía intimidada por todas las miradas de los muchachos guapísimos (y extremadamente fuertes) a los que tendría que enfrentarme todos los días a partir de ahora.

Caminé hasta donde estaba una señora no muy alta y bastante ancha de unos cuarenta años de edad delante de las cacerolas. Imité a Johanna, pero no pude evitar quedarme petrificada en mi lugar cuando la cocinera me lanzó un cuchillo. El arma blanca pasó cerca de mí, pero sin llegar a cortarme. Bueno, sin llegar a cortar mi piel porque un mechón si que se llevó por delante:

-Se llama Berta –me dijo Johanna en el oído -. No le temas, hace eso con todos los nuevos.

Cuando me senté en la mesa, comencé a recodar a mi hermana y a mi madre. Si ellas no hubieran muerto, yo no hubiera tenido aquella comida aquel día. Yo no estaría con aquellos muchachos. Yo no estaría rota por dentro.

Agaché mi cabeza, evitando llorar. Tenía que ser fuerte, yo era fuerte. Pude soportar la muerte de mi hermano, de mi padre. Incluso podría soportar la muerte de mi madre. Pero...¿de Cassy? Ella se quedaría grabada en mi memoria. El recuerdo de que ella murió en mis brazos se quedaría grabado a fuego para siempre en mi memoria.


El comedor era un caos. Todos estaban gritando, cantando o contando alguna anécdota.

-¿Son así de ruidosos siempre? - le pregunté a Johanna -.

-Llegarás a acostumbrarte – me sonrió -. Y ahora hablemos de cosas de chicas...¿A qué todos están muy buenos?

Sentí mis mejillas calentarse.


Al menos no soy la única que lo piensa.

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