Soledad

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Poco a poco, sus pequeños párpados se fueron abriendo. Cuando lo hicieron por completo, lo primero que vio fueron los pequeños regalos al lado de su cama. Santa Kotaro le había dado no un regalo, sino tres. ¿Tan bien se había portado en ese año como para que le trajeran varios? Eso debía ponerla feliz... debía, pero no lo estaba. La verdad no sentía ser merecedora de un regalo. Espera, Santa Kotaro... Navidad... Regalos... ¡Tsukki-chan!

Rápidamente se incorporó en su cama y pasó su vista de los regalos al sillón. Lo que vio la decepcionó por completo: el mueble vacío, el cobertor doblado y la almohada sobre ella junto al gato de peluche. Todo exactamente como lo había dejado.

Sonrió comprensiva. En realidad ya lo veía venir. Tsukishima no estaba obligado a quedarse con ella... De hecho nadie lo estaba. Su madre se lo había demostrado, ellas se lo habían demostrado y ahora, Tsukishima le había recordado lo que olvidó hace tiempo. Se aferró a las sabanas e intentó ser fuerte, pero esa sensación era más dolorosa de lo que recordaba. Y aunque ya lo había esperado, por un momento, sólo por un instante, tenía la pequeña esperanza de que esa vez fuera diferente. Un ruido proveniente de la puerta distrajo sus pensamientos.

— Hana-chan — Escuchó su nombre y volteó hacia la puerta — Buenos días — Habló Tsukishima mientras entraba — Supuse que despertarías pronto, así que te traje el desayuno.

— Tsukki... chan — Se percató que traía la misma ropa del día anterior — ¿Te quedaste? — El mayor asintió — Te quedaste — Susurró.

— No podía irme después de que... ¡Hana-chan! ¿Estás bien? Por qué lloras — Se alarmó — ¿Te duele algo? Espera, voy por un doctor.

— Perdón Tsukki-chan — Comenzó a reír — Pero estoy muy feliz de que te hayas quedado conmigo. Después de tanto — Sonrió — Eres el indicado.

— ¿Eh?

— Nada — Negó con la cabeza — ¡Ah! Pero que cruel Tsukki-chan. Quería verte dormido.

— Bueno — Se acercó a ella, tomó un pañuelo y limpió su rostro — Disculpa no ser tan dormilón como tú — La pequeña infló sus mejillas — Vamos, no es para tanto.

— Claro que lo es. Kuroo dice que te ves muy lindo cuando duermes.

Al escuchar ese nombre no pudo evitar recordar la noche anterior.

— Tsukki-chan, estás rojo — Se le acercó — ¿Te sientes bien? ¿Estás enfermito?

— No...no te preocupes — Intentó hablar con naturalidad — Estoy bien.

— Claro — Habló no muy convencida.

— Bueno — Tomó sus cosas — Ya debo irme.

— ¿Tan pronto?

— Sólo estaba esperando a que despertaras.

— Pero dijiste que hoy descansabas.

— Debo ir a ver cómo está Junior.

— Ah, bueno, entonces está bien — Sonrió — ¿Vendrás mañana?

— Claro.

Hana, al ver a Tsukishima dirigirse a la puerta no pudo evitar sentir de nuevo esa sensación en su pecho: Soledad.

— ¡Tsukki!

— ¿Si?

— Ah — Cuando se dio cuenta ya había gritado su nombre.

— ¿Sucede algo?

— Nada — Negó con la cabeza — Sólo que tengas cuidado.

Tsukishima asintió, le deseó feliz navidad y salió de la habitación.

Confesiones En El ElevadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora