Prefacio

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El sol brilla arriba en el cielo mientras comienza su ascenso para el medio día.

Las aves cantan sin cesar a una hora que es bastante inusual para ellas, aunque tal vez nosotros seamos el motivo al estar invadiendo su espacio. Aunque así fuera, el sonido es hermoso, organizado, suave, casi como una orquesta cuidadosamente dirigida, solamente que el punto culminante ya ha llegado, y pronto se irá.

Observo a Guille, está a mi lado, no me mira, pero eso está bien, justo ahora siento que no soy capaz de ofrecer un buen aspecto a nadie, y el sabe que yo lo se, por eso me da mi espacio.
De cualquier forma, el hecho de que esté aquí, a mi lado, a pesar de sus circunstancias lo es todo para mi en este momento, y se que no sería capaz de pedirle mas, porque lo ha hecho todo.
Hay mas gente a mi alrededor, cada quien parece tener su parte de culpas, pensamientos, y cosas en las que distraerse. Todos guardan silencio, lo que me agrada, es una señal de respeto.

Repentinamente la sinfonía de aves se calla abruptamente, y empieza a ofrecer su solo un ave de primavera, ella decía que odiaba la forma en que cantaban, pues terminaban traumatizándola el resto del año, pero esta vez el sonido es hermoso, los ornamentos se cuelan entre los allí presentes y veo que mas de una persona lleva un pañuelo a sus ojos.

Yo no soy la excepción.

Susurro unas palabras mientras busco la mano de Guillermo y la encuentro, esperando para ser tomada por la mía. Es cálida y muy suave, pero se siente fuerte, como ese pilar al que podría agarrarme justo ahora y que no me dejará caer. La aprieto, y el me devuelve el apretón, aunque parece una caricia, y lo agradezco.

Recargo mi cabeza sobre su hombro mientras lágrimas corren por mis mejillas, la primavera sigue entonando su maravilloso recital, el sol ilumina su ultima morada.

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