"¿Y que me cuentas de tus novias... o novios?"
Aquella pregunta persiguió a Samuel incluso cuando salió de trabajar y llegó a su casa. Incluso pasó de hablar con su madre, quien estaba tan parlanchina como era habitual en ella.
Novios, novios, novios, novios, novios.
No, Samuel nunca había tenido un novio, siempre había rechazado aquella posibilidad. El era bisexual, lo sabia desde que tenía memoria. Había tenido sexo con muchos hombres, desde menores que el, hasta mayores, bastante mayores en realidad, había sido activo, pasivo, y en alguna ocasión en una noche había sido ambos, cosa que lo dejó gratamente satisfecho. Pero siempre había sido eso, solo sexo. Jamás había permitido que otro hombre se acercara a el de una forma mas seria y si Samuel empezaba a sentir algo por ellos, se alejaba sin mas, era parte del trato, siempre había dejado claras las condiciones. Nunca se había arrepentido de eso.
Pero, ¿Por qué? La respuesta se remontaba a años anteriores, y no veía en realidad otra opción para su vida. Le gustaban las mujeres tanto como los hombres, pero jamás seria juzgado por formar una vida con alguna de ellas. No lo mirarían feo, no seria blanco de críticas. Se había enamorado sin dudas de un par de ellas, y si no hubiera sido porque ellas mismas lo rechazaron, el estaba seguro de que podría haber sido algo serio, para toda la vida. Casarse, tener hijos, tener nietos... aquello representaba lo que estaba bien en esa vida que le había tocado, y el afortunadamente podía elegir, y hasta ese momento siempre había elegido la seguridad de lo conocido.
Pero entonces apareció este chico con las mejillas redondas y una sonrisa deslumbrante. Samuel no había previsto algo así, y aunque su parte racional dijera que se alejara, la situación lo ponía en la encrucijada. Pero Samuel era consciente de haber dado pie a aquellas sensaciones. ¿Por qué?
No amaba a Guillermo, de hecho, ni siquiera estaba enamorado, o eso se decía a si mismo. Cuando lo veía, tampoco sentía un repentino impulso sexual como ocurría en otras ocasiones con otras personas, simplemente era como un imán, como una especie de gema rara que no quieres adquirir porque no puedes, pero es imposible no notar que está ahí. Y así era Guillermo. Se había presentado sin aviso, y tenía que compartir todos los días con el varias horas, tenían que comunicarse, y aquello hacia que esa extraña e inexplicable fascinación de Samuel por él se acrecentara cada día. Apenas dos semanas, y Guillermo ocupaba parte de sus pensamientos.
Su beso aun se sentía cálido allí en su mejilla, que atrevido había sido Guillermo. Ese pensamiento hizo sonreír a Samuel.
-¡Niño!- gritó su madre aporreando la puerta.
-Pasa mamá- exclamó un sobresaltado Samuel.
-¿Qué haces? Se me van a reventar las varices de estar esperando que respondas.
-Lo siento, no te escuché...
-Siento si interrumpía algo importante...
-No mamá, no, solamente estaba pensando.
-¿Un Samuel pensante y distraído? ¿Te sientes mal?
-No, solamente pensaba en ciertas cosas que a veces pasan sin razón.
Su madre lo miró con cara de entendida.
-Cariño, así es la vida, todo el tiempo pasan cosas que no entendemos, si nos pusiéramos a buscar explicaciones, no empezaríamos nunca a vivir los pocos años que se nos han asignado.
-¿Y que debo hacer entonces con las cosas que no puedo explicarme?
-Seguir tu instinto naturalmente, casi nunca falla- se acercó y le apretó los hombros- y si lo hace, no es mas que para aprender de ello.