24 de diciembre de 2013
-¡Pero qué guapa estás!- Saludó Samuel a Ada. La había alcanzado cuando bajaba del asiento del conductor.
-¿Y qué me dices de ti?- Ada alzó la mano de Samuel en el aire y lo obligó a dar una vuelta- fiuuuu- chifló ella cuando Samuel quedaba de espalda- anda si las sentadillas si surgen efecto ¡guapo¡
-¡Venga ya!- gritó la voz del asiento del acompañante. Samuel se apresuró a abrir la puerta trasera y sacó una silla de ruedas. Luego abrió la puerta de donde había salido la voz y se apresuró a cargar a Daniel. Lo depositó con cuidado sobre la silla- ¡Que yo puedo solo!- gritó el chico. Lo típico. Ya era parte de la rutina cuando se veían, aunque la primera vez que Samuel había hecho aquello había sido completamente incomodo para ambos. El instinto había hecho actuar a Samuel, pero aún no había la suficiente confianza y aquel contacto tan íntimo había acabado con varios minutos de silencio en medio de la calle. Pero de aquello había pasado ya más de un año.
-Vamos a entrar que hace un frío de los mil demonios- aquella había sido Ada. Quien llevaba un hermoso pero poco oportuno vestido de tela muy delgada en tonos mate. Parecía como vapor. No había llevado abrigo, porque lo único que combinaba con esa elección era producto del sufrimiento animal.
Tomó la silla de Daniel y lo dirigió hacia dentro de la casa de Samuel.
Dos años atrás Samuel se había encontrado a Ada llorando muy desconsoladamente en la sala de su casa. Había llegado de una cita a la que el mismo Samuel la había llevado veinte minutos antes.
-¿Qué te hizo el gran hijo de puta?- Rugió Samuel.
Ada saltó en su asiento secándose rápidamente las lágrimas de las mejillas con las palmas de las manos. El rímel se le había quedado embarrado por todas partes.
-N..no, nada- sonrió con las pestañas hechas bolas y el labial descolorido- estoy bien.
Si no fuera porque aquello la estaba haciendo sufrir, habría parecido casi chistosa la forma en que ella había reaccionado, tenía una apariencia demente.
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Samuel había levantado a Daniel de la camisa y lo sacó del taxi donde estaba metido.
-Tu no vas a ninguna parte.
Sacó también su silla de ruedas y lo puso en ella.
-¡Usted no se meta!- señaló al taxista que estaba a punto de protestar y este se quedó quieto sin decir nada.
-Tu y yo vamos a ir a dar un paseo- gruñó a Daniel. Y lo metió de vuelta al café de donde había salido.
-¿Por qué?- exigió saber Samuel, miró fijamente a Daniel y se dio cuenta que tenía los ojos enrojecidos. Pero eso no lo detuvo, quería explicaciones.
"estoy en silla de ruedas" "no puedo ofrecerle lo que ella se merece" "no soy un hombre completo"
Una sarta de idioteces.
La historia era esta muy rápidamente resumida.
Daniel conoció a Ada por pura casualidad, no fue amor a primera vista, pero definitivamente había quedado enormemente cautivado. Y ella no lo había notado. Durante un mes se había pasado dándole vueltas al asunto y por fin, de alguna forma logró conseguir su número de teléfono. Poco a poco se fue acercando a ella. ¿El podría llamar su atención? Lo consiguió, dos meses de citas constantes. Aquel día una ilusionada Ada había asistido a una cita en la que se suponía que al fin recibiría una confesión de amor... pero parecía que el entusiasmo de Ada había reducido el del propio Daniel. Porque él jamás se había imaginado que ella de verdad podría fijarse en él de aquella forma. Aquello era definitivamente más de lo que Daniel esperaba, y sin ninguna duda más de lo que se merecía. Sabía perfectamente que después de la euforia inicial, no tendría futuro.