Capítulo 3

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Respiro agitadamente aterrorizada sobre la palma de la mano de mi agresor, que deduzco que es un hombre por su gran tamaño, y miro de un lado para otro nerviosa en busca de alguna otra persona que pueda ayudar a liberarme.
Empiezo a desesperarme aún más al no encontrar a nadie en el oscuro callejón e intento forcejear con todas mis ganas, pero por desgracia, su fuerza es inmensamente superior a la mía y mi movimiento no hace más que provocarme dolor allí donde me agarra. Me empuja contra la pared y me retiene allí, inmovilizada. Siento arañazos en la parte superior de mi mejilla al hacer contacto con la rugosidad del cemento y frunzo el ceño haciendo una mueca.
Mi atacance acerca sus labios a mi oído y murmura en un todo frío y amenazador:

-Te haré daño como muebas un sólo músculo más.

Acto seguido retuerce mi muñeca y yo gimo de dolor. Después, lentamente aparta la mano con la que cubre mi boca y vuelve a empujarme contra la pared, haciendo más insoportable el escozor.

-¿Qué quiere de mí? -pregunto asustada y temblando por todas partes.-

El tipo agarra mi hombro y tira de él con brusquedad hasta darme completamente la vuelta para aplastar mi pecho con su antebrazo.
Entonces lo veo. Es el chico de antes, lo reconozco a pesar de la poca iluminación, el que se había quedado mirándome fíjamente sin que yo pudiese averiguar lo que pensaba. Tiene una expresión mucho menos agradable de la que había visto antes y no parece tener intención de tratarme con amabilidad.

-S-si es el dinero llévese mi mochila -tartamudeo aterrorizada.-

¿Quién es este hombre y qué es lo que va a hacerme? ¿De todos los delincuentes de Nueva York tiene que atraparme justo el que no me deja leer sus pensamientos?
El joven me arranca mis pertenencias de la mano y las registra sin dejar de ejercer fuerza sobre mi pecho. Sus ojos, brillantes a la tenue luz de la luna, analizan el interior con dureza, y de nuevo vuelven a mí de la misma manera.

-¿Has sido tú? -pregunta con una voz grave y varonil.- ¿Tú eres la ladrona del casino?

Trago saliva. ¿Cómo pueden haberme descubierto ya habiendo pasado a penas unas horas? Esto es sin duda lo más desastroso que he hecho en mi vida.

-Y-yo... y-yo... -¿Qué debería decir?-

Mi agresor me mira esperando una respuesta y yo no puedo entender nada. ¿Qué importa lo que haya o no robado? ¿No va él a hacer lo mismo? ¿No es tan culpable como lo soy yo?

-No, no... -murmuro aterrada.- Por favor... cójalo y váyase... no me haga daño.

Él vuelve a mirar dentro de la mochila, como escaneando su interior. Entonces me aplasta con más fuerza oprimiéndome el pecho.

-¿Cómo lo has hecho? ¡Dímelo! -alza un poco más la voz y yo giro la cabeza hacia mi lado izquierdo en un acto reflejo.-

Cuando lo hago, veo dos grandes contenedores a unos metros de nosotros, cubiertos de mugre y oscuridad, rodeados por varios objetos que no consigo distinguir.
El hombre sigue insistiendo pero no consigo prestarle atención.
Tiene que haber algo ahí que pueda ayudarme. Quizá no pueda usar mis poderes con él, pero sí que puedo usarlos en un objeto contra él.
Desesperada, arrastro una caja de madera que vislumbro sobre el contenedor, y rápidamente la atraigo hacia mi agresor. El dolor que le causan los golpes hace que nos suelte a mí y a mi mochila, la cual cae al suelo al igual que algunos billetes que se escapan de su interior.
Sin pensármelo dos veces, atrapo una de sus asas y echo a correr como si me fuese la vida en ello, dejando atrás al criminal y a sus quejidos.

-¡Espera! -lo oigo gritar por encima del sonido de mis pasos.- ¡No!¡Vuelve aquí!

Yo, por mi parte, no hago caso a ninguna de sus órdenes y salgo del callejón tan rápido como puedo.

¿Qué es lo que se habrá metido ese gilipollas?

Corro casi todo el camino restante, que parece eterno, hacia el motel sin dejar de mirar atrás por si me persigue, hasta que por fin alcanzo mi destino.
Antes de entrar, cierro bien mi mochila y me arreglo el pelo, pues no quiero que sospechen nada de lo que acaba de pasar. Después, con el paso tan seguro y tranquilo como me lo permiten mis piernas, me deslizo al interior del edificio.

La mujer que me espera tras el mostrador es mayor. Tiene unas manos pequeñas y huesudas que manejan con agilidad el papeleo, y las arrugas que se le forman en el rostro esteropean visiblemente la imagen de la belleza que posiblemente poseyó hace ya bastantes años.

-¿Puedes enseñarme tu carné de identidad? -pregunta en una sorprendente delicada y grave voz tras pedir yo una habitación.-

Asiento y rebusco entre mis cosas dentro de mi mochila, tratando de alcanzar mi carné, falso por supuesto. Cuando consigo sacarlo, se lo extiendo a la señora sobre su escritorio.

-Aquí tiene -respondo en un forzado tono amable y le regalo una sonrisa.-

La mujer mira mi foto y luego a mí, sin ninguna expresión en su arrugado rostro y por encima de sus gafas redondas.
Cada segundo que pasa en ese instante siento que el nudo de mi garganta se hace cada vez más grande.

¿Hoy todo el mundo piensa intimidarme?

Me observa detenidamente durante un momento examinando mi rostro con cautela. Luego, sin decir ni una palabra más, se gira y busca la llave de una habitación.

-Gracias -digo a la vez que saco el dinero de la mochila.-

La mujer las tiende sobre el mostrador y yo las cojo aliviada. Entonces me alejo de ella lo más rápido que puedo.
Justo antes de subir me escondo tras la escalera de incendios y borro de su mente cualquier recuerdo que tenga de mi aspecto, como hago con todas las personas con las que me cruzo en mi día a día.
Y sólo así, continúo mi camino hasta encontrar mi habitación.

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