Odiándote, odiándome.

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Siempre habrá personas a las que les vamos a caer mal a simple vista, sin que exista razón aparente para ello.

Esas fueron las palabras de mi padre cuando era niña, tenía mucha razón.
Debo estar consciente de que sin importar lo que haga y cuanto cambie siempre habrá alguien que me va a odiar, nunca se tiene a la gente contenta.
Pero hay una diferencia abismal entre pensar que siempre hay a quién no le agradamos, y pensar que a nadie le agradamos.

Pensaba ambas cosas cuando fui víctima del llamado Bullying. Aunque a veces me inclinaba más por la segunda opción.
Esta fue una de las razones por las cuales no me acercaba a la gente nueva que llegaba a mi entorno y cuando lo hacía era con miedo, no quería darles motivos para que me odiaran.

Tenía el enfermizo pensamiento de: entre más gente me odie, más complicada será mi vida.
Lo aseguraba porque sabía hasta donde podía llegar una persona cuando odiaba. Tenía claro que podía llegar al maltrato verbal y físico. Creía que los practicantes de la violencia, en conjunto, se volvían más fuertes que yo, y en su momento así fue.

Me consideraba alguien tan débil emocionalmente que se rompía en mil pedazos al primer insulto.

Porque era una chica con sentimientos de cristal; y tal vez esas cosas mínimas que decían —y a veces murmuraban— me lastimaban y dolían más de lo que a otras personas de haber estado en mi lugar les dolería. Eran cosas que me afectaban más de la cuenta.

Odiaba eso de mí: ser tan cristalina, cuando yo lo único que quería era ser de hierro.

Por las noches me ponía a pensar en todas las personas que me habían odiado en el pasado.
¿Me creerían si les digo que aún recuerdo con claridad a la primer persona que me hizo saber que me detestaba? ¿Me creerían si les digo que incluso me acuerdo del momento de su primer insulto y que fue lo que me dijo? No sabía que les había hecho a todas las personas que fueron participes de mi sufrimiento, o que tenía yo de impresionante para que sintieran envidia u odio hacia mí. Con el pasar del tiempo los creí más fuertes, invencibles. Sentía que se habían vuelto imparables desde el día en que lloré a sus pies suplicando clemencia.

Siempre lucharon por hacerme sentir miserable durante cada segundo de esos 9 años en que estuvimos juntos en la escuela y lo lograron.
Siempre buscaron la manera de hacerme llorar y lo lograron.
Siempre se partieron la cabeza ideando una nueva forma de hacerme quedar como tonta ante todos los demás y lo lograron. 

Siempre intentaron convencerme de que yo no era nada y lo lograron...pero no por siempre.

Para mí habían logrado todo lo que se habían propuesto. Y aunque jamás se los grité en sus caras, suponía que sabían que las cosas eran así. Únicamente les hice saber que me rendía, mas nunca dejaron de violentarme, siempre hicieron hasta donde pudieron.

Un día no los volví a ver, su vida había tomado otro rumbo —afortunadamente— muy lejano del mío. Para ser sincera, no quiero encontrármelos nunca más, ni en otra vida. Porque no sé que haría de volverlos de ver. Lo único que sé es, que sin importar todo lo que haya hecho por mí bien, después de atravesar por esa época oscura, no podré olvidarlo, se quedará guardado en mi memoria lo quiera o no.

Son recuerdos violentos, porque te llegan a la mente todas aquellas palabras e insultos en los momentos de lágrimas y melancolía: cuando algo te deprime, cuando te parten el corazón, cuando te decepcionan, cuando pierdes la esperanza e incluso cuando alguien más llega y se esfuerza en que sigas reviviendo lo que quieres dejar atrás.
Pienso que esa es la razón por la cual jamás olvidas a esas crueles personas, ni sus palabras.

Tears in Heaven »Lágrimas al Cielo«Donde viven las historias. Descúbrelo ahora