"Un Mal Que Hace Bien"

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Era tan bonita y misteriosamente cautivadora, que parecía un personaje salido de los relatos de una novela romántica. Tenía unos ojos azules que me hechizaban, cuando los vi por primera vez, me quedé atónito: fue la mirada más soberbia y hermosa que he visto jamás, brillaba con tal intensidad que no pude sino sentir que había algo erótico en esa expresión.

Más allá de su angelical belleza, sus rasgos irradiaban una mezcla de pasión, inteligencia y sensibilidad. Era una criatura preciosa de sonrisa radiante y actitud sugestiva, de la que emanaba una ambigüedad exquisita: coquetería e inquisición, confusión y excitación.

Nuestra primera charla le bastó para neutralizar todos mis poderes de hombre, guardó su distancia sin responder a ni uno sólo de mis cumplidos, ¡vaya si era una joven diabólica!

A pesar de la intimidad compartida con ella, nunca se entregó del todo, mantuvo siempre su aire de indiferencia y auto control, usando contra mí mis propias armas, intrigándome y provocándome a partes iguales, volviéndome presa de los placeres prohibidos que parecía ofrecer con su seducción imponente.

Había un dejo arrogante y encantador en su dulce timbre de voz, más no era en si su voz lo que me cautivaba, eran las cosas que decía, eran sus criticas tan similares a las mías, al grado de parecer ser la anticipación de todas mis ideas, el reflejo de mis pensamientos más profundos, la personificación de mis deseos frustrados, un toque de calidez en el invierno de mi soledad.

Y además escribía... ¡qué deliciosa prosa tenía! En sus escritos dejaba clara su independencia, y su espíritu libre quedaba plasmado en versos y metáforas tan sutiles y conmovedoras, que pondrían a llorar al mismo Diablo.

Yo ya era un hombre poseído. No podía pensar en otra cosa que no fuera tenerla sólo para mí. Durante el día inventaba maravillosas conversaciones con ella, y por las noches me desvelaba escribiéndole... le propuse pues, saliera conmigo oficialmente, ella declinó. Le interesaban la filosofía, la vida, la aventura: no el noviazgo. Impertérrito, seguí cortejándola, pues su firme e intransigente actitud, no hizo más que intensificar la fascinación que sentía por ella.

De ella, emanaba una sexualidad prohibida, de vez en cuando su proximidad me resultaba aterradora, porque parecía tener la clave para tocarme como a un piano, podía mover y torcer a su antojo todos mis deseos y muy a pesar de esto, mi excitación se acrecentaba. Ella es la peor droga del mundo.

Su poderoso efecto en los hombres era capaz de inducir deseos obsesivos, amores frustrados, y a cambio, tan solo me quedaron unos cuantos poemas, los periodos de intensa creatividad que me despertó, fueron mi único premio de consolación.

En conclusión creo que es una mala mujer, pero mala en el sentido poético de la palabra: un mal que hace bien. Así es como me gusta recordarla luego de haberme provocado deseos que perforaron hasta el tuétano, que acabaron formando parte de mi ADN, que me cambiaron.

Finalmente ella lo supo, simplemente supo, que el gesto más amable que podía hacer por mí, era dejarme sólo.... Un montón de gente carece de ese don: el e saber cuándo desparecer de la puta vista.

Una Amarga MelancolíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora