"Paseo Nocturno"

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La noche es más que una medida del tiempo, que me convierte en una criatura distinta a la que soy durante las horas del día. La ciudad entera se ha oscurecido pero y yo estoy aquí, quebrando la oscuridad con los faros de mi coche, extrañando el tacto cálido de tu mano sobre mi muslo.

Los faros traseros de los coches que me preceden allá a la distancia, adoptan la figura de un desfile de rubíes rojo oscuros. Por el retrovisor observo la fantasmagórica silueta de los edificios recortándose contra el cielo, con sus minúsculos collares de tenue luz en los bordes.

De la nada tu imagen alucinógena aparece proyectada en el parabrisas, y a medida que las millas de carretera pasan debajo de los neumáticos, contemplo con fascinación absoluta cada uno de tus finos rasgos... la imagen de tu rostro es tan nítida que me cuesta creer que sea una alucinación.

A pesar de todo todavía pienso en ti, aunque no sea lo mejor, aunque no lo quiera, aunque no lo merezcas, aunque me duela; aunque sea el equivalente a cargar una bala en el tambor de un revolver y jugar a la ruleta rusa, me gusta pensarte. Porque pensarte es olvidar el mundo, es recordar que siento, que existo, que soy algo más que un robot de calcio con articulaciones y signos vitales.

Pensarte es amarte a diario, aferrarme a lo imposible, buscar en tus memorias todo lo que no soy capaz de encontrar en mí. Te pienso y te amo con la absurda ironía de odiarte a la vez, exhalo tus recuerdos por los poros de mi piel... Allá donde te encuentres, espero que nunca me ames como yo te amo a ti, pues amar así es tan doloroso que no se lo deseo a nadie.

La imagen de ti que veo proyectada esboza una ligera sonrisa, tan persuasiva y contagiosa que me hace sonreírle de vuelta aunque no sea real. Tu rostro es tan exquisito que no puedo dejar de acariciarlo con la vista, me pierdo, absorto en el destello surrealista de los zafiros que llevas por ojos y suspiro, suspiro de ganas por acariciarte los pómulos y besarte los labios.

Cedo ante el impulso irrefrenable de pisar el acelerador a fondo, el motor ruge, puedo sentir el coche entero en las yemas de mis dedos, con mis ojos inyectados en los tuyos, aunque en realidad no estén allí. Esquivo y dejo atrás a esos alineados rubíes rojo oscuro, así como uno que otro semáforo, con la misma simpleza que tú, la más puta de mis musas, me dejaste atrás a mí para seguir tu camino. La adrenalina de la velocidad corre por mis venas, como si me hubiese inyectado electricidad o algún otro narcótico fantástico... maravilloso... ¡cósmico!

Es el primer atisbo de placer que experimento desde tu partida.

La aguja del velocímetro llega al tope, y aunque tu finísimo rostro de insolente belleza es todo lo que puedo ver, soy consciente de que me aproximo directo a una glorieta con un enorme monumento de roca en el centro, lejos de pensar en esquivarlo, pienso que es él el que tiene que esquivarme a mí, no podrá ser menos desastroso que cuando me dirigí hacia ti por primera vez, ¿y qué si me estrello?, aunque sea una idea ilógica no le tengo miedo, desde que tú te fuiste la lógica no me ha ayudado en lo más mínimo.

El motor se queja y le exijo todo lo que puede dar de sí, no me importa si siente dolor o si se prende fuego... Acelero... Tu placida mirada en el parabrisas me seduce y me incita a todo menos a detenerme, me provoca a seguirla como el canto de una sirena tienta a los hombres que la siguen mar adentro, donde tentados por la promesa de aventura y placer... se ahogan... El monumento está a escasos metros de distancia.

Acelero más...

Acelero sabiendo que el impacto tendrá la brusquedad suficiente para que sea tu rostro el que se acerque al mío, acelero sabiendo que el golpe me rebatará la consciencia con nuestros rostros a la distancia de un beso, y que si tengo suerte... ese beso durará para siempre.

Una Amarga MelancolíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora