Capítulo 39.

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Las olas reventaban fuertemente en las rocas más bajas. Paul observaba hacia el frente, sentado un poco más arriba el agua apenas lo salpicaba. Miró a su izquierda y se encontró con la sonrisa de Arabella, se veía hermosa como siempre, como si nada hubiera pasado.

Él acercó su mano a aquel perfecto rostro y ella lo miró confundida.

-Te extrañé -dijo él como justificando su acción.

El rostro de la chica cambió por completo y bajó la mirada a la vez que apartaba su rostro del tacto de Paul.

-Lo siento, Arabella.

Ella lo miró sin decir nada. Paul sintió su mirada llena de dolor. La muchacha se levantó y comenzó a caminar.

-¿Arabella? ¿Dónde vas? -dijo él al ver que se acercaba a las rocas donde el agua golpeaba ahora más fuerte. -Arabella, no te vayas...

Ella se detuvo un momento y se volvió a mirarlo.

-Arabella, te amo. Nunca he dejado de amarte y dudo que pueda dejar de hacerlo algún día.

Ella continuó en silencio. Dio media vuelta y avanzó a la orilla de una roca. Se volteó hacia Paul y le dedico una sonrisa.

-Yo ya no te amo, Paul.

Las olas golpearon con intensidad contra Arabella y desapareció de la vista de Paul.

Dio un salto en la cama y despertó sudando frío mencionando el nombre de la chica que ocupaba sus pensamientos.

Había sido una pesadilla solamente, pensó.

Pero la verdad era que su vida era su mayor pesadilla al no tener a Arabella.

Se levantó y se fue al baño a mojarse el rostro. Al volver a acostarse no logró dormir, no podía dejar de pensar en todo lo que vivió con aquella joven. Ella sólo quería alguien a quien amar, y que nunca la abandonara, pero por más que él quería ser aquel, no podía.

¿Cómo podía extrañar tanto a alguien? ¿Cómo era posible no poder olvidarla? Tenía más que claro que a pesar de que tuviera mil citas más con Gillian, no sería suficiente para olvidar a Arabella. Nada sería suficiente, ninguna mujer podría ocupar lo que Arabella se había apropiado. Ella se ganó su corazón y por siempre sería de ella, aunque no estuvieran juntos.

Cerró sus ojos y sintió la risa de Arabella resonar en su cabeza.

Por un momento se sintió como un niño, y quiso llorar. A la vez se sentía un anciano que había perdido todo por lo que querer seguir respirando. Y, finalmente, volvió a sentirse él mismo dándose de pleno contra el suelo al darse cuenta del error que había cometido. Porque nunca podría encontrar a alguien como ella, y tampoco volvería a amar a alguien como la amó a ella.

Bajó a la cocina. Debía descansar porque tendría un concierto la noche siguiente, lo sabía, pero en aquel momento necesitaba más una copa. Eso o a Arabella diciéndole que lo perdonaba mientras le acariciaba el cabello con aquella dulzura particular en ella. Pero lo segundo no sucedería nunca, eso lo tenía muy claro, así que se bebió el whisky de un sólo trago.

Las cosas que tiene la vida, pensó, quien, prácticamente, me sacó de mi depresión es ahora por quién me vuelvo a hundir.

A pesar de que él tenía muy claro que el culpable de todo era él.



Arabella soltó una gran carcajada a la vez que abría la puerta. Tony se agachó para recogerle el correo y se lo dió.

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