Capítulo 60.

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Si llegaste hasta aquí, significa que te adentraste en este pequeño mundo por determinado tiempo. Significa que tuviste la paciencia de leer (y esperar las actualizaciones. Lentas, lentas actualizaciones). O también puede que hayas venido al final de la historia simplemente para leer cómo termina (cosa que yo también hago con muchos libros).

Si has llegado hasta aquí, sólo quiero decir: gracias.

Paul llegó aquella tarde fría de enero a casa. Afuera casi nevaba, la ciudad parecía sombría y sus pies estaban congelándose. Dejó las llaves sobre el recibidor, se quitó el abrigo y se dejó atrapar por el calor del fuego de la chimenea.

Arabella llegó con una sonrisa en el rostro a saludarle, lo besó y de pronto a él le pareció que había llegado la primavera. Sus cálidos labios eran todo lo que necesitaba.

Se dirigieron a la cocina. Arabella le dio un cuchillo para que la ayudara a picar las verduras.

  —¿Qué tal tu día? —se interesó ella mientras se metía un trozo de zanahoria a la boca. Puso uno también en la boca de Paul.

  —Bien, no me quejo. ¿Y el tuyo?

—Bueno, nuevamente se estropeó la cafetera en la oficina pero pudimos sobrevivir por hoy. 

—¿Por qué no compran una nueva?

—Porque entonces la cafetera funcionaría y no tendríamos de qué quejarnos.

Paul negó con la cabeza con una sonrisa en el rostro.

Sirvieron la cena y se sentaron.

—¿Y cómo te fue con la reunión? 

—Se canceló —dijo con una mueca—. Pero aproveché para hacer un trámite.

Él frunció el ceño confundido.

—¿Qué trámite? 

—Uno muy importante —dijo ella. Se acomodó en su silla.

—¿Sobre tu trabajo?

Ella negó con la cabeza.

—Un exámen médico.

Paul dejó su tenedor y miró a Arabella.

—No me dijiste que te sintieras mal, ¿está todo bien?

—Sí...Todo está bien. Los resultados fueron buenos. Bastante buenos.

—Eso es genial pero...¿por qué no me dijiste que no estabas bien?

—Porque quería asegurarme.

—¿De qué no pasaba nada?

Arabella negó con la cabeza.

—Quería asegurarme de que era cierto que...oficialmente estamos sumando.

Paul ladeó su cabeza sin comprender.

—¿A qué te refieres con que estamos sumando?

Arabella le sonrió.

—Uno eres tú. Dos —llevó su mano a su pecho—, y tres —bajó la mano a su vientre.

Paul observó con cuidado cómo su esposa posicionaba su mano sobre su vientre. Entonces todo tuvo sentido. Algo agradable le recorrió por el cuerpo devolviéndole un respiro tras haber quedado pasmado.

—¿Estás? ¿Tú? Yo... —balbuceó.

Arabella asintió.

—Vamos a tener un bebé.

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