Capítulo I

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Todos aman a Guillermo

Parte I

Ya habían pasado dos horas desde que la clase había comenzado y el reloj postrado en la pared marcaba que faltaban dos horas más para darle fin, y como siempre, Guillermo Díaz era el único que había podido dominar los casos que el profesor utilizaba para ponerlos a prueba, no por nada era el mejor de la clase, y no por nada era el mejor estudiante de aquella facultad de criminalística.

-Bien, ya que han podido resolver los tres casos anteriores iremos con un cuarto un poco más difícil esta vez, ya veo que se le ha hecho demasiado fácil hasta ahora, señor Díaz... -Guillermo no sonrió a pesar de que en el fondo más preciado de su ser le encantó el alago, es más, se sintió poderoso, se sintió en la cima, simplemente se sintió el mejor. No, no se sintió, era el mejor. Pero debía mantener la compostura, no debía delatar ante los demás su enorme ego, eso podría traer problemas: él sabía perfectamente que su vanidad era grande, que va: inmensa, pero debía comportarse como todo un caballero, jamás hablar de más, jamás brindar opiniones inapropiadas y por sobre todo: jamás demostrar a los demás su arrogancia ya que es un sentimiento bastante chocante para las personas y no suele ser bien vista una persona egocéntrica, más valía quedarse serio y no decir una palabra a menos que fuera sumamente necesario, eso siempre había funcionado-. Bien, el caso número cuatro -decía el profesor mientras parado sobre una plataforma en aquel salón universitario escribía con tiza sobre el pizarrón verde agua-. La policía de Shibam recibe una llamada un día miércoles 18 de julio a las 10:15 p.m. de una mujer avisando que se incendia la casa de su vecino, compuesta por un padre, una madre y dos hijos: una niña y un niño, los dos gemelos de once años. La policía llega al lugar junto con los bomberos voluntarios que acaban por detener el incendio, la casa estaba prácticamente en ruinas luego que el fuego pase por ella, y no se logró encontrar ninguna evidencia en los cuerpos ya que fueron calcinados por el incendio quedando solo los huesos como carbón. La vecina que había llamado no compartía la línea telefónica de la familia recién fallecida y todos los cables que conectaban la televisión, el internet y el teléfono habían sido degradados por el incendio por lo que la policía no pudo realizar el rastreo de llamadas que pudieran dar pistas del horror que presenciaban. Bien, eso es todo ¿por dónde empezamos, queridos alumnos?

El profesor, regordete y sonriente miraba al alumnado del lugar, los cuales tenían cara de espanto, nada de pistas, nada de nada. El caso era complicado.

-Les comunico que no dejarán el lugar hasta que alguien se atreva a arrojar una teoría, de lo contrario nos quedaremos aquí hasta que sea la hora -sonreía el calvo profesor que debido a su gordura debió necesariamente sentarse detrás de su escritorio, sus débiles rodillas comenzaban a flaquearle y ya podía sentir el peso de la edad sobre sus hombros, Guillermo lo dedujo con suspicacia.

-Entonces... ¿los cables del teléfono están seguros de que están completamente destruidos como para no poder rastrear la llamada?

Todo el alumnado comenzó a reír pero de manera vergonzosa, la pregunta tenía una obvia respuesta reiterativa.

-Si, alumna -dijo el hombre detrás del escritorio-. Completamente destruidos.

Todo el aula se convirtió en un halo de silencio, ni una mosca dejaba su chirriante vuelo al descubierto, era de esos incómodos y vergonzosos momentos en que no sabes que hacer y de los nervios pretendes salir corriendo por la puerta, porque Guillermo sabía que él debía responder, porque Guillermo sabía que el regordete profesor lo miraba por el rabillo de sus ojos, detrás de sus lentes. Y sabía que ese silencio mortal continuaría a no ser que él mismo lo rompiera, siempre debía ser él... aunque no tuviera idea de la respuesta, no podía soportar el silencio de ultratumba que se había formado en aquel espacio, estaba asfixiándolo. Abrió la boca.

Todos aman a Willy {Wigetta} Donde viven las historias. Descúbrelo ahora