Capítulo II

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Mientras el trío esperaba a que se hicieran las dos de la madrugada, la hora exacta en la cual inauguraban aquel bar, se encontraban los tres echados sobre el sillón negro en el apartamento de Frank, viendo perezosamente la TV. Silvia tenía un paquete de papas fritas en la mano mientras sostenía una bebida alcohólica con la otra. Y hacia lo imposible por permanecer con la posesión del control remoto.

Ella estaba sentada entre medio de ambos hombres, Frank en el lado derecho del sillón y Guillermo en el izquierdo.

-¿Quieres Willy? –le dijo al castaño extendiéndole la bolsa de papas.

-No, gracias Silvia –el español mientras tanto había vuelto su mirada hacia la ventana, la noche era hermosa, no podía despegar sus ojos de la hipnotizante luna y su extrema redondez: lo extasiaban. No se percataba que ambos pelinegros lo observaban con lujuria y extremas ansias de devorarlo-. Que hermosa está la luna esta noche, ¿no es cierto?

-Oh, por supuesto –contestaron ambos morenos al unísono. Guillermo se veía apetecible, se veía delicioso.

-Willy, nos hiciste poner sexto sentido y no la estas mirando... además tu sabes que no me gustan este tipo de películas, me dan mucho miedo –dijo Silvia enredándose en el brazo del pelinegro. El moreno le echó una mirada fulminante a aquella mujer, quería ahorcarla con sus propias manos, ¡estaba robándole a Willy!

-Bueno, yo no sé si podré protegerte pero al menos estaré ahí para cuidarte –dijo el pelinegro a la morena acariciando su espalda suavemente y de una manera muy cariñosa. La mujer se erizaba como un gato ante las caricias de Guillermo y ante los ojos rojos de Frank que parecía echar fuego a través de ellos.

Los títulos de la película no tardaron en aparecer y luego de unos diez minutos en que Silvia se la había pasado palpando el fino cuerpo de Guillermo repleto de esos músculos tirantes como fibras, apareció en la pantalla una despampanante rubia, de grandes pechos y piel trigueña que compartía su (o vaya a saber de quién) dormitorio con otros dos hombres, los tres comenzaban a tocarse y hacer cosas insólitas. A esas horas de la madrugada hasta el canal de televisión más puritano transmitía pornografía...

-¡Silvia, tu tienes el control remoto! ¡Cambia ya! –chilló Frank enrojecido de la vergüenza al igual que Guillermo, quien pretendía hacerse el desentendido y mirar a cualquier otra dirección. Silvia tenía una sonrisa nerviosa mientras intentaba desesperadamente cambiar de canal.

-Oh, lo siento –dijo la morena con una sonrisilla de niña avergonzada.

Guillermo mientras tanto observaba el apartamento. Le gustaba la manera en la que el moreno mezclaba el plateado con el negro y los difundía en las paredes, aquellos retoques en la cocina donde predominaban los adornos elegantes y refinados.

-Sabes, nunca le había prestado atención a tu apartamento, Frank, es muy bonito –el pelinegro veía velas por doquier, pareciera que el moreno tenía una extraña fascinación por ellas, y todas eran aromatizadas pero a las que Willy más le gustaba eran las que permanecían posadas sobre agua en las vasijas de vidrio.

-Oh, gracias Willy. Si quieres te muestro la habitación –Frank sintió un codazo en las costillas proveniente de Silvia, la frase no había sido echada con doble sentido por parte del moreno pero así se había oído, pero de ni modo el pelinegro lo percató, simplemente miraba las pequeñas velas blancas sobre el agua de los jarrones, al parecer no le había estado ofreciendo la mínima atención a lo que decía Frank, y éste último lo había agradecido.

-Oh, ya es hora ¿nos vamos? –dijo la pelinegra tomando su cartera de cuero y acomodando el diminuto (casi straples) vestido que había escogido para la ocasión, lo cual dejaba a la vista de cualquiera las hermosas, finas y largas piernas de la mujer, su cintura de avispa y sus pechos protuberantes tras esa piel perlada y humectada.

Todos aman a Willy {Wigetta} Donde viven las historias. Descúbrelo ahora