Capítulo V

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Apretaba con ambas manos el cuello de su playera y una fuerza demasiado blanduzca para alguien de su edad y sexo. O bien Guillermo era débil (lo cual refutaba debido al gran golpe que le había dado en el labio, arrancándole el arete hacía unas semanas atrás) o bien el estado anímico del pelinegro estaba pasando por un muy mal momento. Se arrojaba por la segunda opción, era la más verídica. Aquel le miraba con odio, sus ojos color verde oscuro expresaban rencor y rudeza que pretendía transmitir con su cuerpo y no lo conseguía, podía percibir que Willy se frustraba al intentarlo. La retención del pelinegro era frágil, Vegetta podría zafarse cuando quisiera de aquel agarre, pero extrañamente no lo hacía, no quería, estaba demasiado ocupado estudiando las orbes del pelinegro, queriendo adivinar sus sentimientos: estaba destrozado y eso solo significaba una cosa y que para variar era lo que S más temía, ¿estaría aquel realmente empecinado con su alter ego? No quería ni pensar en ello, y si sus intenciones desde un principio fueron no hacer sufrir a su retoño entonces ahora realmente caía en la cuenta que el tiro le había salido por la culata.

De repente Guillermo soltó a Vegetta del agarre. Se volteó y cubrió su rostro con ambas manos. Sus hombros daban espasmos suaves que luego acabaron siendo realmente abruptos, parecía darle vergüenza el hecho de llorar así ¡de una manera tan desolada! Frente a un hombre que siquiera conocía y que, como si fuera poco, lo escaso que podía decirse del castaño era: ¡que era una porquería de persona!

-Iré por un calmante.

-¡Basta! –gritó el pelinegro, sin darse la vuelta claro, ya de por sí era denigrante estar llorando cual niño como para encima mostrar su rostro moqueado a aquel tipo-. Por favor, déjame solo, te lo suplico.

Las palabras salían rotas de su garganta, ya ni sabía por qué lloraba solo caía en cuenta de que lo hacía y con mucho desahogo. Se había hecho un manojo de nervios y todo lo ocurrido las últimas semanas se le venía a la cabeza obligándolo a dar más y más espasmos: lloraba por su mala relación con Elysa y por verla seduciendo a aquel tipo en el bar, por la pena que le había tenido a Silvia, por las manías de Frank en acosarlo, por la vergüenza de que aquellos tres pelearan por él en plena acera de la universidad, por el percance que tuvo con Vegetta en la biblioteca, por no haber resuelto el caso más difícil que planteó el profesor aquella clase que vio por primera vez al castaño, por no dar tiempo a leer el trabajo que aquel había hecho seguramente con esmero y fue entregado sin siquiera saber que había puesto o si daba para un diez, por S... más que nada lloraba por S, y también por él mismo, por haber sido tan idiota de caer en las redes de alguien a quien no conocía, por haberse dejado llevar de la manera más estúpida posible.

-¿En qué viniste?

-¡Dios, sigues ahí, creí haberte dicho que me dejaras solo!

-No lo haré ¡mira como estas! –Guillermo estaba pálido de tanto llanto y a la vez sus mejillas adoptaban un color carmesí por la humillación.

Al ver que todo quedaba en un silencio embarazoso no tuvo más opción que responder.

-Vine en automóvil –la voz sonó más apagada que nunca, resignada.

-Bien, déjame acompañarte.

-¿Qué? ¡No! ¿Y acompañarme a dónde?

-A tu casa ¿A dónde más?

-¿Oye quien te has creído para...? ¡No iré a mi casa, no puedo! Ya bastante estuve faltando a clases.

-¿Y crees que con "ese estado" lograrás algo en clases?

-Eso a ti no te importa, yo hago lo que quiero y tú no eres nadie para impedírmelo.

-¡Mira que eres cabeza dura! Lo hago por tu bien –gritó con un tono potente.

Todos aman a Willy {Wigetta} Donde viven las historias. Descúbrelo ahora