Capítulo VI

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El aire estaba caliente, tanto que hervía el pecho al respirarlo. Agitaba su propio cuerpo con fiereza y velocidad sobre una superficie esférica, el sudor recorría la hendidura de su espalda desnuda y bajaba hasta sus glúteos. Largó unos cuantos insultos al aire y en momentos hasta se quedaba sin palabras. Los sensores de su piel estaban abiertos, tan sensibles. Solo podía concentrarse en lo que hacía ahora y ya, en aquel mismo instante y su organismo obedecía a su testosterona, a sus deseos infalibles de saciarse que le rogaban no detenerse, ir más y más rápido, todo lo que su cuerpo llegare a dar.

Y la habitación se hacía inexistente al igual que el hombre en frente suyo, solo podía dar rienda a lo que hacía, a sus movimientos imparables y repetitivos.

Y gemía, fuerte. En partes veía la cabellera rubia del hombre al que penetraba, y en otras veía una cabellera negra y una piel que pasaba de ser trigueña a pálida. La imagen en la cual se detenían sus ojos parecía vagar de la realidad a la fantasía. Y es que lo había dejado con tantos deseos que ni ejerciendo el mayor de los controles hubiera podido eludirse.

Acabó, se alejó de aquel y se vistió.

-¿Te quedarás? -preguntó el rubio que se había quedado rendido y reposando su cuerpo sobre la cama.

-Debo irme -recogió una que otra cosa de su pertenencia al tiempo que abría la puerta y dejaba atrás otra de sus tantas tretas.

Salió del apartamento de aquel, cogió su motocicleta y en unos segundos ya había desaparecido en la acera. Mientras prácticamente iba volando sobre el rodado sintió una vibración en el bolsillo de su chaqueta. Hizo fuerza para tomar el móvil contra todo aquel viento que le chocaba sobre el rostro.

-¿En dónde estabas? -la voz de Silvia sonaba cortada, debía bajar un poco la velocidad del vehículo.

No le había respondido nada, estaba decido a abandonar la llamada, pero la pelinegra no desistió tan fácilmente.

-Estuve toda la maldita mañana esperando a que te dignaras a aparecer en el cuartel de policía para que me dejaran salir, y ni siquiera te asomaste idiota -se escuchaba furiosa.

Si Vegetta le frenaba los tantos a la morena advirtiéndole que había sido culpa de ella el haber sido atrapada por la policía y que fue una completa boba al haberse metido en la tunda de aquellos dos, entonces aquella se preguntaría cómo diantres el castaño sabía que estuvo en una pelea. Mejor no decir nada, pero le había caído como dedo sobre herida aquel insulto.

-Idiota tú por haberte dejado atrapar. ¿Acaso no te diste cuenta cuando llegó la policía? Te hubieras dado a la fuga en ese instante.

-¡Me atraparon en medio de un alardeo en el cual ni siquiera estaba participando! Solo intentaba separar a dos compañeros de Universidad.

-Pues fuiste una imbécil, Silvia. ¿Quién te mandó a meterte en el rollo?

-¡Eso ya no importa! Lo importante es que ya vino mi padre a recogerme sabes, ¡y los muy estúpidos de los policías no permitieron que nos fuéramos solos aun siendo mayores de edad! Le haré una denuncia a ese cuartel hipócrita y a todos esos policías de pacotilla ¡Me dejaron allí encerrada ocho malditas horas! Ya se las verán conmigo muy pronto. ¿Y tú? Creí haberte preguntado en dónde estuviste todo este tiempo que te mandé mensajes y llamadas y ésta es la única que me respondes.

Cerró la tapa del móvil sin previo aviso a la pelinegra que quedó echando vapor por las orejas del otro lado del aparato. No se daría por vencida tan fácil. Volvió a intentar comunicarse con él.

Todos aman a Willy {Wigetta} Donde viven las historias. Descúbrelo ahora