Capítulo VIII

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La atmósfera era festiva y burda, Guillermo había contado una totalidad de cuatro pistas de corretaje, tal vez una fuera para automóviles, otra para motocicletas y otra para el ciclismo. La cuarta lo tenía en duda pero algo relacionado con ruedas debía de ser.

Frank observaba embobado los modelos, sacaba fotos y no era el único: allí los flashes de las cámaras brillaban por su continua presencia. No es que estuviera tan emocionado y desesperado como su amigo de cátedra, pero debía admitir que se sintió reconfortante cuando alentaron junto con palomitas de maíz, hot-dogs y bebidas: las carreras de aquellos automóviles y sus conductores. Algunos hacían demostraciones acelerando los coches sin moverlos del lugar, para mostrar a la audiencia la capacidad del motor. Frank tomaba fotografías cada dos minutos.

A pesar de creer que la mayoría de todos los espectadores serían hombres y así fue en general, logró ver varias mujeres disfrutando de aquel espectáculo. Le parecía formidable que las féminas comenzaran a romper estereotipos machistas absurdos, también tenían derecho a divertirse con algo que estaba lejos de lo que la sociedad imponía para ellas.

-Oh gracias, Frank –dijo cuando el moreno le tendió otra botella de gaseosa mientras aquel tenía en manos un gran vaso de cerveza fría.

Juntos observaban la carrera, alentando y en partes discutiendo favorablemente por quien les parecía que ganaría, el automóvil negro que se veía de último modelo, o el blanco que a pesar de ser un coche antiguo, su motor se oía poderoso.

Estaba pasándola genial, no lo negaría.

-Me compraré otro hot-dog, enseguida regreso –le gritó a su acompañante al oído tras el bullicio que había en la tribuna, aquel asintió con la cabeza y volvió a posar sus ojos en la carrera.

Salió como pudo de ahí, Frank había sacado boletos para asientos de la parte central de la tribuna y tuvo que pedir varios "disculpe, lo siento, perdone" cada vez que pasaba en frente de alguien y éste le miraba con ojos de ultratumba porque el pelinegro estaba impidiéndoles ver la carrera al pasar por delante.

Subió a través de una escalera gigantesca hasta uno de los pasillos de entrada, parecían antros, estaba todo muy oscurecido ahí dentro. Sacó dinero de su bolsillo dirigiéndose hacia la tienda y cuando tenía en la cabeza el delicioso sabor de la comida que acababa de probar, oyó el sonido de motores encendiéndose, era muy distinto al de los automóviles pero no por ello menos potente.

Chequeó desde el pasillo la pista para las motocicletas, había una tribuna igual de gigantesca llena de gentío como con los coches, pero ésta era diferente: en un sector se encontraban miles de rocas talladas de manera rectangular (Guillermo apostaba a que los motociclistas debían de montar en ellas sin caerse, era bastante peligroso), también una enorme rampa y finalmente la pista de carrera común y corriente. Había muchas más posibilidades de atracción, y eran mucho más morbosas y masoquistas que los automóviles, ya que los conductores podrían romperse un hueso en cualquier momento, ya de por si la motocicleta no es un instrumento inofensivo, no así los coches que eran bastante más seguros que aquellas.

Ya todos los motociclistas estaban varados uno al lado del otro creando una fila frente a los espectadores, no se veían sus rostros: llevaban cascos y como usaban un conjunto ajustado y enterizo de goma color negro, parecían ser todos iguales.

De repente, y tras todo el gentío que eufórico esperaba el comienzo de la acción, desparramando manotazos, golpes y gritos por doquier, un codazo fuerte y conciso golpeó con dureza su abdomen. Se agachó levemente tras sentir un dolor punzante en la boca del estómago.

Todos aman a Willy {Wigetta} Donde viven las historias. Descúbrelo ahora