Capítulo 3 - No confíes en nadie

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No podía respirar. El agua entraba por mi nariz y mi boca en un inútil intento de respirar. Todo había sido tan rápido que no había tenido tiempo de llenar de aire mis pulmones, por un momento había olvidado como nadar y solo hacia movimientos torpes intentando buscar la superficie. Mi cuerpo por suerte no llegó a chocar con las grandes rocas y sorprendentemente aún me encontraba con vida.

Después de varios intentos logre llegar a la superficie y pude respirar con dificultad, nade hasta la orilla con la vista nublada y punzadas de dolor en la cabeza. Impulse mi cuerpo hacia la plataforma de piedra resbalándome un par de veces por las rocas antes de lograr subir. Mi visión aún no estaba clara, pero logre visualizar un cuerpo inerte a un lado, era Daryl. Gateando intente acercarme a él y antes de poder llegar más cerca mi cuerpo se sintió cada vez más frágil, mi visión fue empeorando hasta que mi cuerpo se desplomó inconsciente al suelo.

Cuando recobre la conciencia Daryl aún seguía inmóvil a mi lado, me encontraba aun mojada y eso hacía que el frío fuera insoportable. Me levanté del suelo lentamente y fui hasta donde Daryl estaba. No comprendí cómo es que había logrado salir del agua estando herido.

Antes de moverlo para despertarlo me detuve unos segundos a observarlo. Sus ojos aún estaban cerrados, sus pestañas eran largas y su rostro se mostraba relajado. Era realmente atractivo, aún era de noche pero podía ver con claridad sus facciones, su pelo entre dorado y castaño. ¿Acaso todos los ángeles debían ser hermosos?

Comencé a moverlo lentamente hasta que abrió los ojos. Un quejido salió de sus labios e intentó levantarse, pero al parecer era más doloroso de lo que parecía.

Por primera vez mire a mí alrededor. Daryl tenía una gran mancha de sangre a su alrededor y ahora no tenía camisa, al parecer ya habían dejado de sangrar sus heridas pues solo se podía ver la sangre seca sobre donde antes estaban sus alas.

Mire hacia arriba. Las ramas caían alrededor del cenote y la luna iluminaba gran parte de la cueva. Recorrí todo el lugar con la mirada. Por las paredes laterales resbalaban ligeros chorros de agua formando pequeñas cascadas que descendían hasta la superficie del pozo y las paredes estaban cubiertas por exuberante vegetación.

Había unas escaleras talladas en la piedra donde había pequeños balcones, supuse que siguiendo las escaleras encontraría una salida.

Por un momento pensé en dejar aquel ángel moribundo, tal vez con esas heridas no tardaría en morir. Pero algo dentro de mí no permitió que lo dejara así, él aún no se recuperaba por completo, aunque notablemente se había recuperado mejor de lo que un humano lo hubiera hecho.

Coloqué el brazo de Daryl sobre mi hombro, y con dificultad lo hice levantarse del suelo, comencé a subir por las escaleras de piedra arrastrándolo por ellas.
Cuando logramos llegar a la salida, casi lo dejó caer.

Todo era hermoso y difícil de describir, me sentí extraña. Los árboles parecían tener vida, sus hojas se movían de un lado a otro y al moverse parecía como si destellaran luces apenas visibles. Mire hacia el cielo y juro que nunca en mi vida había visto tantas estrellas como esta noche.

Daryl iba con la cabeza baja y sé que esta consiente por el hecho de que está caminando con dificultad arrastrando los pies. Solté un suspiro y escuché a Daryl quejarse. No sabía que debía hacer, estaba perdida en el bosque con un ángel herido.

Un pequeño insecto se detuvo en mi nariz, intente alejarlo moviendo la cabeza hacia un lado, y el insecto voló encendiéndose de un color verde fosforescente... ¡Era una luciérnaga! Nunca había visto una antes.

En ese momento deje de sostener a Daryl y se dejó caer al pasto. Cientos de luciérnagas se encendieron y volaron sobre mí, era realmente hermoso. Estaba cansada, me recosté sobre el pasto mirando el cielo, disfrutando del maravilloso espectáculo que las luciérnagas me ofrecian y sin darme cuenta me quede dormida.

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