2. El ambiente perfecto.

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Mientras Adriá permanecía en aquella habitación haciendo quién sabe que cosa, me dispuse a mirar más a detalle el lugar en el que me encontraba. No lograba comprender por qué el hecho de estar ahí me ponía tan triste, se respiraba un aire melancólico. Me puse de pie, respiré profundamente y comencé a observar todo lo que me rodeaba, tratando de contener las lagrimas que querían salir de mis ojos. 

Me acerqué a un pequeño librero que se encontraba al lado de la puerta, tenía cinco entrepaños y pude notar que ya era muy viejo, pues la madera con la que estaba hecho comenzaba a presentar el desgaste natural del tiempo; pude notar que no había tantos libros y, de esos pocos, la mayoría eran historias tristes, de amores que no resultaban, de amantes que fueron separados por la muerte, en pocas palabras, historias que no tenían un final feliz.

Un extraño sentimiento golpeó mi corazón, era una mezcla entre tristeza y desesperación, sin darme cuenta, una lágrima comenzó a rodar por mi mejilla hasta caer al suelo. Moví la cabeza de un lado a otro, tratando de hacerme entender que no había razón para sentirme así, pero todo fue en vano, aquel sentimiento ya se había apoderado de mí.

Caminé lejos de aquel librero intentando alejar ese sentimiento que me estaba envolviendo. Mientras llegaba al otro lado de la habitación pude notar que en las paredes había algunas fotos de cuando Adriá era niño, en otras se podía observar a sus padres el día de su boda, otra de los tres en la playa. Pero hubo una foto que llamó mucho mi atención, en ella aparecía un chico que no era Adriá, la mirada de aquel joven era tan cálida que logró tranquilizarme, la sonrisa dibujada en sus labios daba la impresión de que al momento de tomar la foto él era muy feliz. La manera en la que se encontraba parado, con las manos hacia atrás y la cabeza un poco inclinada, le daba un toque de inocencia. Me quedé contemplando aquella fotografía por un par de minutos.

Cuando llegué al otro lado de la habitación, me acerqué a un piano de cola color negro, que había llamado mi atención desde que entré a la casa, estaba tan bien cuidado y pulcro que parecía nuevo, posé mis manos sobre las teclas. No sabía que Adriá tocaba ese instrumento, la verdad tampoco me sorprendió, pues era un chico muy inteligente, no dudaba que sus padres le hubiesen pagado las clases para que aprendiera a tocar.

De pronto, la puerta de la habitación donde se había metido Adriá se abrió de golpe, haciendo que me asustara y bajara la tapa del piano de golpe. 

-¿Te gusta el piano?-Preguntó Adriá, mientras dejaba una caja de cartón en el suelo.

-Está muy bonito y muy bien cuidado. ¿Llevas mucho tiempo tocando?-Dije sin dejar de mirar el piano, pues no quería que viera que estaba sonrojado.

-Mi madre me pagó las clases desde que tenía nueve años. La verdad me apasiona mucho tocarlo, creo que es una buena manera de exteriorizar mis sentimientos. ¿Quieres que toque algo para ti?

-No, no, no quisiera molestarte, además tenemos mucho de que hablar, ¿recuerdas? Ese es el motivo principal de mi visita- Respondí, mientras negaba con la cabeza.

-Venga ya, será algo rápido, no seas tímido.-dijo él, mientras se acerba al piano.

Adriá se sentó en el banquillo que estaba debajo del piano, lo ajusto a una altura adecuada para poder tocar cómodamente. Abrió la tapa para descubrir las teclas, las miró detenidamente por una fracción de segundos, enderezó la espalda, colocó sus dedos a lo largo del teclado, dio un suspiro y comenzó a tocar.

Después de unos segundos pude adivinar que melodía estaba tocando, era una llamada "Tears". Mirar a Adriá tan inmerso en lo que estaba haciendo no me dejó otra opción más que sentarme, cerrar los ojos y disfrutar de aquella triste música, mientras dejaba que las lágrimas que había tratado de contener, salieran.

Fue tal el trance en el que logré entrar que de pronto toda la habitación se iluminó de un color azul muy intenso, mientras más tocaba Adriá, más obscuro se volvía aquel color azul. Poco tiempo después logré entender que la música se puede asociar con los colores y que, el color azul y los demás tonos oscuros, se asocian con melodías tristes.

Pasado casi cuatro minutos, Adriá dejó de tocar, giró la cabeza hacia donde me encontraba yo y comenzó a llorar mientras trataba de sonreír.

-Vaya que eres talentoso.-Le dije mientras enjugaba las últimas lágrimas en mis ojos.

-Muchas gracias y perdóname por haberte hecho llorar, no era mi intención.-Dijo con la mirada clavada en mis ojos.

Negué con la cabeza, tratando de darle a entender que no tenía por qué disculparse.

-Bien, entonces, ahora sí es momento de hablar, ¿no?-Le dije mientras regresaba al sofá donde estaba al llegar a su casa.-Por cierto, ¿que hay en esa caja?- Le pregunté con mucha curiosidad.

-¡Ah! En esa caja está todo lo que necesitaré para crear el ambiente adecuado para nuestra charla, ya que, lo que estás a punto de escuchar es algo tan fuerte que si no te protejo puede llegar a sentirte mal y me sentiría muy culpable si algo te llegara a pasar.-Respondió, mientras abría la caja.

Después de que dijo eso, un intenso frío recorrió mi cuerpo de los pies a la cabeza, no sabía de lo que estaba hablando, pero en cuanto comenzó a sacar las cosas que contenía la caja, todo me quedó claro. Pues desde que conocí a Adriá, me dijo que él era muy afecto a lo esotérico porque su abuela le había heredado un don, el cual consistía en usar las velas para curar o proteger a las personas.

De la caja sacó seis velas rojas que encendió con un cerillo de madera y colocó en puntos estratégicos de la casa, después tomó unos inciensos de canela y los encendió, colocándolos en la mesa de centro que estaba frente a nosotros. Aquel ritual no me causo ningún temor, al contrario, me hizo sentir una gran tranquilidad, al punto de sentir como mis músculos se relajaban.

-Genial, creo que está todo listo para poder tener una buena y tranquila charla. ¿Tú estás listo?

-Sí, estoy listo. Solo tengo una pregunta. ¿Por qué las velas son rojas?-Dije confundido.

-Sencillo, porque el rojo es para los recuerdos.-Dijo en un tono calmado y concreto.

Ambos estábamos listos para platicar, aunque yo no sabía lo que me esperaba aquella fría noche de invierno.


Ópalo NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora