No podía creer lo que veían sus ojos. Había visto aquella procesión tantas veces que no tenía por qué molestarse. Sin embargo, esta era la segunda oportunidad en que sintió que la memoria de los ancestros era burlada, incluso la de su padre. Primero, un escuerzo pálido venido de otro mundo que no solo había sido presentado ante el Círculo como toda una Rumeraute, sino que comenzó a crecer con la plena seguridad de serlo, deambulando por toda la aldea con la frente en alto, convenciendo a todos de su pertenencia, como si fuera una más. Pero nunca lo sería. Aunque se hubiera apoderado de todo y de todos, aunque su gente hubiera caído en la estupidez de pensar que esas mujeres serían con el tiempo parte de la historia de su pueblo.
Pero los años habían pasado y ellas seguían ocupando un lugar que no les correspondía, comiendo y bebiendo del esfuerzo de su pueblo. Y por si no fuera suficiente con esa blasfemia, ahora veía con asco cómo el engendro que nació de la unión entre el demonio blanco y el inútil de Ajachay era también recibido con honor y clamores. Quizás llevara algo de sangre Rumeraute en sus venas, pero nada bueno podía surgir de esa unión impía. Porque se suponía que un Rumeraute solo podía desposar a una mujer de la aldea. Pero con la llegada de Elora todas las costumbres, todo honor y coherencia se había perdido. Y él no podía soportarlo.
Quizás fuera que no se sentía en paz consigo, quizás ser el segundo hijo era doloroso para él, porque había pasado inadvertido toda su vida y se sentía solo. Su destino lo había llevado a conocer con amargura que tenía un hermano mayor que se contaba entre los mejores cazadores de la aldea y que se había convertido en el sustento de su familia y de muchas otras. Durante años quiso ocupar el lugar de su padre, pero ese vació no se podía llenar fácilmente, nadie lo haría, ni siquiera Lahnen. Por más que el cazador se esforzara, por más que todos lo respetaran por su madurez, su valentía y su nobleza, no era su padre.
Y allí estaba él, el segundo hijo. Wenai, "el que sonríe" rezaba su nombre, quizás en las ansias de sus padres hubieran pretendido que fuera la alegría que los iluminara. Pero luego su padre había muerto, su madre se había sumido en una tristeza que pretendía simular, pero no lo lograba y él podía ver la frustración en sus ojos. Y aquel niño que se suponía, debía iluminar con su sonrisa cada día, hacía años que no sonreía. Porque vivía bajo la sombra de Lahnen, porque nunca podría igualarlo en sus dotes de caza y porque igualarlo tampoco sería suficiente. Necesitaba sobresalir, llenar el corazón de su madre de orgullo. Ella lo amaba como toda madre debe amar a un hijo, pero para él no era suficiente porque sentía que Lahnen era mirado con el amor y el respeto que él nunca recibiría.
El nacimiento de Napayshi también había influido en sus miserias. Había amanecido a la vida para iluminar la mirada de sus padres y con el tiempo se fue convirtiendo en un enano que era pura sabiduría con sus escasas estaciones de cosecha, con una gran agudeza para decir verdades y una lealtad que lo hacía parecer más grande de lo que era. El más pequeño, con toda la impronta de convertirse en un gran guerrero algún día. Ya sabía que cuando eso sucediera, él iba a pasar a ser un fantasma, si acaso no lo era ya, y tendría que conformarse con las migajas de respeto y la miseria de ser el que no sobresalía en nada.
Para terminar de hundirlo en el anonimato, Equiro había quedado huérfano y había sido aceptado por Tahanea para crecer entre ellos. Ese pequeño era la bondad encarnada en un Rumeraute, hasta las facciones de su rostro daban fe de eso. Pronto se convirtió en la sombra de Napayshi y se volvió casi tan agudo y observador como él, pero con una cuota extra de prudencia. Los dos niños daban que hablar en toda la aldea con sus travesuras y aventuras, recibiendo retos que disimulaban la admiración de los mayores. Y otra vez estaba él, más desapercibido que una brisa en medio de una tempestad, el anónimo e imperceptible Wenai. Hasta los niños le habían dicho hasta el cansancio que su luz no brillaba porque era amargado y retraído.
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Libro I - Abismo
FantasíaNO FANFICTION - La identidad de todo un pueblo descansa en estos escritos. Quien se atreva a recorrer sus palabras, estará aventurándose hacia un mundo diferente al conocido. Es momento de surcar las aguas y descubrir lo que la historia nos ha n...