Capítulo XV - Tierra fértil

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Había intentado convencerse durante demasiado tiempo sin obtener buenos resultados. Necesitaba volver a verla, siquiera saber el nombre de quien le había robado la alegría. Lahnen había perdido el encanto por aquellas pequeñas cosas que le llenaban el alma. Cada día era igual al anterior, estaba vacío, como una corteza hueca. Las jornadas de caza se le hacían eternas, todo el alimento sabía igual, la yawara se le hacía sosa en su boca.

Ajachay lo conocía demasiado como para dejar pasar el momento, sabía que su amigo se encontraba preocupado por algo. Desde que Elora había llegado y luego con el nacimiento de Magena, se había abocado por completo al cuidado de las dos pálidas. Por eso fue que pasaron unos días desde aquella desaparición de su amigo hasta que pudo encontrarlo solo y acercarse para hablar con él. Estaba engrasando la cuerda de su arco de caza, desganado y con la mirada perdida en el horizonte, hacia el oeste.

— ¿Quién eres tú y que has hecho con mi hermano Lahnen?

En ocasiones normales, Lahnen hubiera respondido con alguna broma o hubiera embadurnado el rostro de Ajachay con grasa de jabalí. Pero esta vez solo se limitó a mirarlo con tristeza.

—Todo ha cambiado, hermano. ¿No lo sientes?

—Claro que lo siento, lo veo y lo vivo. Pero yo sigo siendo el mismo. Eres tú el que ha cambiado.

—Puede ser...

Una respuesta demasiado vaga viniendo de alguien tan práctico como Lahnen. No era muy difícil atar cabos, algo venía molestando al cazador desde el día en que había estado perdido durante un día entero. Toda la alegría y la energía que recorría sus venas parecía haberse apagado de repente.

— ¿Qué sucedió aquel día que desapareciste? La versión larga, por favor. No quieras volver a contentarme con que te golpeaste la cabeza y perdiste el conocimiento.

—Creo que además de haber perdido el conocimiento ese día, comencé a perder el norte.

— ¿Tú, un cazador experimentado... perdiendo el norte? — rio para distender el momento, aunque Lahnen permanecía con su expresión vacía—. Bueno, ya me estás preocupando. ¿Vas a contarme o tendré que sacarte las palabras por la fuerza?

En ese momento pasó por su lado Wenai, de regreso de su entrenamiento para convertirse en guerrero. En poco tiempo había cambiado tanto que parecía como si hubieran pasado diez temporadas de cosecha desde el arribo de los pálidos. El dorado en su piel era más marcado ahora que pasaba más horas bajo el sol y su cuerpo estaba evidenciando músculos. Su cabello, ahora recogido con severidad le daba una expresión más seria y en su rostro comenzaban a definirse facciones de adulto. Los miró con desdén y siguió camino. El rostro de Lahnen se ensombreció.

—Ahí puedes ver que las cosas han cambiado, Ajachay. Lunas atrás, Wenai cazaba ranas con Napayshi y Equiro. Hoy solo espera la oportunidad para enfrentarse a alguien en batalla.

—Está creciendo. Sabes que es inevitable.

— ¿También es inevitable que nos mire a todos con desprecio? —escupió Lahnen con cierto rencor —. Puedo comprender su necesidad de demostrar que está dejando de ser un niño. Pero no es el mismo que solía ser y me temo que no he sido la guía que necesitaba.

—Has sido muy buen hermano, nunca serás su padre. ¿Es solo eso lo que te tiene preocupado?

—Una parte, sí. Dime, ¿Qué sentiste cuando viste a Elora por primera vez?

—La sangre bullendo en mi interior como una catarata, un torrente de agua amenazando con destruir todo mi cuerpo a su paso — Ajachay se tomó unos segundos para reconocer lo lento que había sido en darse cuenta que era lo que tanto molestaba a su amigo—. ¡Pero qué idiota soy! Deseas a una mujer.

Libro I - AbismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora