Los dos traidores

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Rhaenyra se encontraba en sus sinuosos aposentos de Rocadragón acompañada por el silencio y la oscuridad. La reina se desvistió y alejó sus ropajes color carmesí y se acercó al balcón, observaba las olas y los mares que se habían tragado a tres de sus hijos, por un momento pensó en Viserys, el pobre niño apenas tenía nueve días del nombre y ya había sido victima de la guerra de su madre pero la suerte estaba echada.

Rhaenyra volvió a leer la misiva que informaba que Aemond Targaryen y Criston Cole se habían llevado al ejercito real hacia Harrenhal para arrebatarla de las manos del esposo de Rhaenyra Daemon.

El sol despuntó y la reina comenzó a vestirse con su armadura de peto de acero carmesí y en resto de color negro y su capa del color sangre.

Caminó por los pasillos hacia los nidos pero en su camino reconoció una figura muy familiar, su hijo, Joffrey. El muchacho fijó su mirada en su madre hasta que bajó la cabeza y hincó rodilla ante ella. Rhaenyra lo miraba perplejo y deduciendo que su hijo iba a hablar ella guardó silencio y esperó a que hablase.

-Vais a la luchar, déjame acompañarte- Su madre no dijo nada- Quiero luchar por ti, madre, como mis hermanos hicieron. Déjame demostrarte que soy tan valiente como ellos lo fueron- Pidió el príncipe.

Rhaenyra agarró la mano de su hijo e izo que se elevase para mirarlo fijamente a los ojos.

-Joffrey- Dijo mientras acariciaba su mejilla con sus manos- Eres mi heredero, mi hijo, que los siete me maldigan pero no perderé a otro hijo. Tu y Tyraxes volareis tras de mi y tu padre y Baela se quedará aquí en Rocadragón con Danzarín de la luna. No te pondrás en peligro ¿Me lo prometes?- El joven asintió apenado pero su madre le besó ambas mejillas  ambos alzaron el vuelo, Rhaenyra sobre Syrax y Joffrey sobre Tyraxes.

Y cuando el sol salió un día después ambos jinetes con el viento de aliado alanzaron a Daemon montado en Caraxes quién le había traído desde Harrenhal y ese día la gente de Desembarco del rey vio como tres dragones sobrevolaban su inmunda ciudad. Desde las murallas alzaban banderas blancas y Syrax aterrizó.

La reina bajó de su dragón y ante ella se encontraban los decrépitos ancianos del consejo privado y su destrozada hermana y madrastra presas por dos guardias pero no se entregó a Aegon quién a pesar de su pésimo estado escapó de la ciudad y tampoco a su hija e hijo menor de apenas dos años. Rhaenyra se acercó a Alicent, su madrastra y empezó a acariciarle la mejilla.

-Madre, es una pena que Aemond cayera en la trampa de ir a por Harrenhal-Entonces Rhaenyra agarró del cuello a su madrastra presionando con fuerza- Aunque me agrada que lo hiciese así te tengo toda para mí y Syrax lleva mucho sin comer.

Entonces un guardia llevó a Alicent hasta la dragona para que esta se montase un festín pero la dragona sintió repulsión y solo pegó pequeños mordiscos a la anciana carne de Alicent pero dejándola viva.

-Y tu, hermana- Habló Rhaenyra a su hermanastra- No te mataré, pues sientes lo mismo que yo verdad, el dolor de perder cuanto más amas, vivirás con ese dolor al igual que yo.

Tyraxes descendió y Joffrey se acercó a su madre quién le dio la orden de llevar a su hermano pequeño Aegon, a sus aposentos y así el príncipe con suaves y amorosos gestos llevó a su pequeño hermano al interior de la fortaleza roja.

Y entonces Rhaenyra se sentó en el trono de hierro. La reina recordó a sus familiares muertos y tal era su rabia que apretaba las espadas del trono con tal fuerza que le hacía sangrar.

Las semanas pasaron y según los rumores Aemond furiosos por perder la capital volaba sin descanso los ríos junto a Vhagar quemado todo castillo desleal a su hermano y en cuanto a Criston Cole, ese traidor fue masacrado en una emboscada por los Norteños quienes se habían declarado a favor de Rhaenyra.

Las semanas pasaron y según los rumores Aemond furiosos por perder la capital volaba sin descanso los ríos junto a Vhagar quemado todo castillo desleal a su hermano y en cuanto a Criston Cole, ese traidor fue masacrado en una emboscada por los Nor...

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Entonces se corrió la voz de que los otro ejercito de Verdes había asediado la ciudad de Ladera así que Rhaenyra llamó a dos de sus semillas de dragón, Hugh y Ulf. Los dos bastardos se presentaron ante la reina sentada en su trono e doblaron la rodilla.

-Mis semillas del dragón id a ladera y quemad a todo soldado de los Verdes, reducidlos a cenizas, reducidlos a la nada.

Los dos hombres sonrieron con bravuconearía y se retiraron para junto a sus dragones alzar el vuelo hacia la batalla en busca de la gloria.

Y entonces llegaron a Ladera sobre los temerosos soldados Verdes y los alegres y excitados soldados Negros, pero entonces como una serpiente que se esconde bajo tierra Hugh y Ulf demostraron su naturaleza de bastardos y dirigieron a los dragones contra la ciudad de Ladera reduciéndola a cenizas.

Los bastardos habían traicionado a su reina, habían traicionado a su familia y sus camaradas y por siempre serían llamados los Dos Traidores.

Con Ladera ardiendo y miles de soldados e inocentes ardiendo en llamas de dragón la suerte de la guerra había cambiado por completo ahora era Aegon quién estaba a punto de la victoria y no Rhaenyra, es curioso como la lealtad de dos hombres puede cambiar el curso del destino.

Pero los dos traidores ya habían enseñado sus cartas y ahora con su ego como principal amo antes que su nuevo rey, centraron la vista en el mayor premio : Desembarco del rey.

Danza de DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora