Me despierto de un sueño de imágenes destrozadas. Estoy sudando; no me gusta la sensación del sudor, no me agrada sentir cómo la piel se vuelve una especie de película pegajosa. Lo detesto, detesto que las cobijas y sábanas queden con gotas de sudor que al tacto se sienten frías y... lo odio. Lo odio tanto cómo tener estas pesadillas recurrentes cada tercer día, antes era cada mes, luego fueron cada veinte días y así sucesivamente hasta que he llegado a este reducido espacio de tres días. Y eso no es lo peor, ¿Qué podría ser peor que despertar con la sensación de que alguien me observa? ¿Qué puede ser posiblemente peor que despertar con el corazón palpitando cómo loco, la piel blanca y los nervios notoriamente alterados por un sueño que no logro recordar? Simple: llegará el momento en que tenga esas pesadillas día tras día y yo estaré indefenso... no sabré cómo evitarlas, cómo combatirlas. Lo he intentado una y otra vez durante los últimos siete meses y no he tenido éxito alguno en esta batalla.
Pienso en algo que pueda pensar, pero nada viene a mí: estoy en blanco.
Veo el reloj y, al instante, me arrepiento de la hora. No ha pasado mucho desde que me acosté, sin embargo la pesadilla se ha presentado y tengo la horrible sensación de que hubieran pasado muchas horas atrapado en aquella visión. Pero eso no sería posible, he leído que durante la noche se tiene que tener cuatro sueños, ni uno más ni uno menos... pero, oh, cómo me lamento de pensar esto ahora, es posible que esa maldita pesadilla se repitiese una y otra y otra vez.
Miro hacia la ventana, el mundo que existe al otro lado me parece un lugar desconocido, es cómo observar una inmensa sala de tronos y esqueletos alargados. No hay luna y no se ve rastro alguno de las estrellas. Es una noche oscura.
Una esquelética y pálida mano blanca, que, además, tiembla, se revela ante el apagador al lado de mi cama cuando enciendo la luz. He perdido mucho peso, lo admito... tanto que me desespera la idea de mirarme al espejo sólo para ver cuantas canas nuevas han salido y cuanto cabello más he perdido... ¿Paradójico, no? Sí... yo, al principio, también creía lo mismo... al principio... que lejano parece todo ahora... antes no era guapo, tampoco era feo; pero ahora soy cómo la versión real de Lon Chaney en El Fantasma de la Opera...
A un lado de mi cama está mi buró, no tiene más que un vaso con agua, un frasco de pastillas para dormir, una pluma y maltratado cuaderno que funge cómo mi diario onírico. Tomo este último entre mis pálidas manos y lo abro por la mitad. Es el tercer cuaderno que uso, y las cosas no han mejorado mucho. A veces no escribo en él, solamente dibujo graciosos ideogramas que luego rallo... ¿O era rayo? No puedo recordarlo, no importa esto tenía que pasar tarde o temprano. ¿Qué haré? ¿Qué puedo escribir que no me haya explicado ya una y otra, y otra jodida vez? Estoy cansado, demasiado cansado; y sé que por esta noche no podré dormir. Siempre me pasa cuando tengo está pesadilla y siempre tomó el cuaderno y garabateo, o escribo un pensamiento hiriente, tonto, sin sentido. O recuerdo la letra de alguna canción. La última que escribí fue... a ver... no, esto tampoco. ¡Ah, aquí!
Jai Guru Deva om.
Sí, gracias maestro, por estás tristes y horribles horas de insomnio; gracias por despertarme siendo presa de un pánico que tardó minutos en controlar; gracias por el sudor, las lágrimas y la paranoia que no me permite hacer mucho salvo mirar hacía todos los lugares de mi habitación esperando encontrar al causante de mi mal... gracias por esto y por muchas más coass que no logro recordar... cosas... es cosas... esta es mi calvario.
Me dispongo a dibujar un nuevo ideograma que parece tener más sentido que el resto. El propósito de este diario es tranquilizarme luego de despertar a mitad de la noche sobresaltado, la mayor parte del tiempo funciona; pero hoy no es uno de esos momentos en que todo sale según las promesas de Edgar, un compañero del trabajo. Fue Edgar quién me contó lo del diario, él, incluso, lleva uno, aunque el suyo es de un índole diferente al mío. Estoy recostado contra la fría pared con dos de mis almohadas en mi espalda, uso la almohada restante cómo una pequeña mesa sobre la cual apoyarme. A veces desearía que estás pesadillas se detuvieran, o que se revelaran ante mí, al menos de esta última forma podría saber qué es lo que tanto me atormenta. Estoy dibujando lo que parece ser una flecha en medio de un circulo cuando mi estómago gruñe exigiendo alimento. Quisiera poder atenderlo, pero el pánico no se ha ido y no me atrevo a moverme, aunque trato de pensar en ello lo menos posible, quizá de esa forma logre calmarme. Eso espero, eso deseo... recuerda y recuerdo. No soporto la idea de tener las cortinas abiertas, pero también temo que cuando vaya a cerrarlas un rostro aparezca ahí. Necesito ayuda.
Sí.
A caso... no lo sé, sólo puedo afirmar que tengo miedo y hambre; hambre y miedo... que extraña combinación.
Es en noches cómo esta, frías, oscuras, vacías, solitarias, llenas de un terror irracional, en las que extraño a Carlos, lo extraño demasiado y jamás podré verlo de nuevo. Ya no podré tocar su rostro ni descansar mis labios sobre los suyos, ya no podré hacer nada más junto a él. Es bastante descorazonador tener que despertar cómo lo hago en medio de un silencio sepulcral en una casa tan grande en la cual las sombras danzan y yo me detengo ante el umbral de mi puerta, temeroso ante la idea de que haya algo ahí afuera de mi cuarto. Hay días en los que ya no quiero hacer nada más que llorar y dormir... pero temo dormir por miedo a que eso haga que las pesadillas se vuelvan más recurrentes y peores. Si tan sólo supiera que son aquellas imágenes rotas que me aterran tanto; si tan solo hubiera una forma concreta de acabar con ellas, de retomar mi vida y volver al trabajo... bueno, volver a conseguir uno. Pero... pero mi mundo se ha movido, he cambiado y todo ha cambiado, ya no me conozco y no me conocen. Apenas salgo, apenas hago algo más que temer y salir por las compras del mandado. He pensado que debería dejar de ir a comprar comida, quizá debería dejarme morir de inanición.
Me estremezco ante la idea de que mis manos ya no son tales sino las garras de alguna criatura, pero me aferro ante la irrefutable verdad que me sostiene aún días después, meses después, sólo he perdido demadiaso peso. Es todo.
Jai Guru Deva om.
Un mosquito se para en la punta de mi dedo y comienza a succionar. Los observo con resignada fascinación. La vida es hermosa, ¿No lo crees? Sólo te invito a sentare a mi lado y ver cómo este insecto la succiona tal y cómo el tiempo lo ha hecho... ahora siento que soy polvo...
Despierto, sin saber cuánto he dormido, pero no me inporta nisiquiera mirar al reloj que tengo enfrente. Lo ignoro, igual que ignoro la pesallida que acabo de tener, pues de nuevo no reuerdo de qué iba ese sueño. Me armo de valor y salgo de mi habitación en busca de agua que beber. Estoy sudando y siento cómo ese sudor se aleja de mí cómo si le causara repulsión. Cada puerta cerrada me recuerda a mi insomnio... y he aquí el polvo acumulándose sobre los viejos periódicos y las mohosas revistas sobre la cual descansan las mierdas del gato... y el cuerpo del gato en avanzado estado de descomposición, por esta pared que antes era blanca se ve un surco que una cucaracha ha hecho con sus caminatas diarias; pero hasta estos insectos han desaparecido y ante la puerta de la cocina yacen sus pequeños cuerpecitos apilados en una graciosa alfombra por la que mis flacos y deslucidos pies y piernas avanzan cómo si fueran guadañas oxidadas.
Jai Guru Deva om.
¡Salve Ulben, el monarca asesino, que habita en la fastuosidad de la oscuridad!
Jai Guru Deva om.
Veo mi reflejo en el vidrio de la ventana, se pueden ver los estragos que esta enfermedad ha hecho con el tiempo... es cómo ver las calles y edificios de una ciudad destruidos, convirtiéndolas en un laberinto oscuro del que no hay salida; tan sólo más y más vueltas que guían hacía el máximo callejón sin salida... Pero estas ruinas no tienen nada de bello ni, mucho menos, nada de artístico. Estas ruinas son la insoportable verdad en que me he convertido.
Sonrió, a veces ya no queda mucho por hacer. Me muevo, tratando de despejarme por completo de todo esto que insiste en atormentarme cada tercer noche; cada hroa; cada segundo; cada minuto; cada respiro: cada ilusión; en cada palabra mal dicha, mal pensada y pesimamente ejecutada; en cada movimiento de estos brazos que ahora parecen los muslos que hay a la venta en los mercados; con cada batir de mis pestañas y todas las ilusiones de sueño que se van con ellas; en cada pensamiento y cada hilo que se teje en mis razonamientos... pero no logro hacerlo y yo me siento demasiado exhausto.
Cuando regreso a mi habitación, deseando poder tumbarme de nuevo en la cama para tratar de dormir un poco, hay alguien en ella. Es un hombre bajo y calvo, con una piel amarillenta y una complexión increíblemente delgada, está parado dándome la espalda con los brazos cruzados y un pequeño sombrero de copa cuelga plácidamente de uno de sus dedos. Lleva puesto un elegante traje negro con unos lustrosos zapatos que tienen un poco de barro seco en ellos. No tiene orejas, de hecho, cuando voltea hacía mi para quedar frente a... frente, veo que no tiene rostro. De hecho no tiene nada, salvo un oscuro hueco de profundidad imposible. Y él...