Capítulo 2: El Callejón Diagon

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El Callejón Diagon

—Asombroso...— dijo pasmada. El profesor no sabía si reír o llorar.

—¿Piensa ahora que la magia no existe?

—Después de ésto, me lo creo...

—Este es el callejón Diagon, aquí es donde compraremos todas sus cosas, pero antes hemos de ir a el banco para recoger algo de su dinero.

—Mí... Dinero... Yo no tengo de eso— dijo con decepción.

—Se cree muy lista ¿no?— dijo el profesor olvidando que tenía que ir con tacto— Es decir, como ha vivido rodeada de muggles no sabe que su madre por lo menos tuvo que dejarle algo de dinero, sino, yo no tendría la llave de su cámara acorazada.

—Oh... No sé, tengo un presentimiento de que esa cámara debe estar medio vacía...— dijo con amargura.

—Sigamos...— dijo Snape intentando olvidar la pequeña conversación que, según él, había sido estúpida.

—Por cierto, ¿qué son muggles?

—Gente “no-mágica”.

—Me gusta, muggles... Ja, ja...

Se adentraron más en el callejón Diagon, y la pequeña alucinó tan sólo con ver desde lejos el primer escaparate, pero después, al ver el resto, las extrañas pero interesantes tiendas, los extraños objetos expuestos fuera de éstas y las extravagantes ropas que llevaban las personas mientras compraban, estaba eufórica. Lo único que Gillian quería hacer era acercarse y quedarse horas contemplando cada escaparate, cada expositor, cada adoquine que componía el paseo del mejor centro comercial que había visto nunca.

Mientras caminaban hacia Gringotts, a Gill se le contagiaba la felicidad que todos parecían mostrar, o quizá era por el cantar de las lechuzas dentro de la tienda de animales. Ella no podía dejar de mirar cada contenido de cada escaparate; en la tienda de animales había lechuzas, tortugas, murciélagos, gatos, serpientes, sapos...; en una había expuesta una escoba que a la vista resultaba muy atractiva por su gran acabado, y en el interior de esa tienda se vendían más escobas, todas diferentes; en otra se vendían túnicas, capas, uniformes... de todos los colores y tallas posibles; pasaron por una tienda repleta de objetos que Gillian desconocía por completo, instrumentos, que supuso que eran para investigar o algo por el estilo.

Cuando pasaron por un establecimiento en concreto, Snape se detuvo un instante que no duró más de segundo y medio, en su escaparate se encontraban frascos de todos los tamaños para guardar todo tipo de pociones, calderos para prepararlas, y un libro que parecía nuevo que, por cierto, fue lo que llamó la atención del profesor, su título era: Los recientes descubrimientos sobre pociones para triunfar sin jugar sucio, el profesor levantó las cejas demostrando la inverosimilitud que suponía para él; también en el callejón se encontraba una librería repleta de incontables libros, de todas las clases, para cualquier situación, de todos los tamaños y grosores; escaparates dedicados a los encantamientos, a la adivinación, a útiles escolares...; y por fin un gran edificio blanco y algo torcido apareció ante sus narices, ese gran edificio era el banco de los magos, nada más y nada menos que Gringotts.

—Este será su banco a partir de ahora, no es que antes no lo fuese...— dijo finalmente el profesor como si la niña lo confundiese sólo con su presencia.

—Peeero...

—Nada, entremos.

—Aaam...— dijo Gillian mirando a un pequeño hombrecillo custodiando las puertas de bronce del banco vistiendo con colores dorados y carmesí.

Una Segunda Oportunidad | 1er AñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora