Allí cuando el viento frío que corre te congela los huesos, pero no las ideas, sentís en ese momento el parar del tiempo. Todo a tu alrededor se queda quieto, incluso los árboles, las plantas, los pájaros, el viento, todo estaciona y solo escuchas tu corazón. Miras al cielo y no hay sol, no hay nubes, no está la luna. Sería peligroso vivir sólo escuchando tu corazón... pero tal vez sea lo mejor.
Recuerdo las calles, ya vacías. Los truenos que enloquecian, el sol yéndose por el horizonte, tras las nubes y los colores. Pero de que vale vivir para recuerdos si ahora ya no hay nada, ni sol, ni luna, ni tiempo, solo el latido lento y constante de mi paulatina muerte.
Me espera este camino, el de la muerte o el de la esperanza, solo el tiempo es mi referencia y ya lo perdí. No podría saber cuanto ha pasado desde el último tren que vi pasar, ni el ultimo aullido de perro, solo han pasado horas o meses, no podría ser exacto. Ya sólo me queda mi imaginación que es donde puedo sentirme vivo.
Pronto salió el sol, iluminando los trenes y la gente que sube y que baja, los puestos de venta, el olor a las panaderías y el aire fresco y sano como todo a nacer. Y bajándose de algún tren, ahí estaba ella, ella, ella... y la nada.
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