La pelirroja se paseaba de un lado a otro con aire pensante. Necesitaba sorprenderlo. Pero, ¿cómo? La cocina era la única opción que se cruzaba por su cabeza; pero todos sabían, incluso sus hijos que la gastronomía y ella no eran compatibles.
— Me decidí —dijo finalmente, logrando la mirada de sus pequeños hijos—, ¡haré un pastel y ustedes me ayudarán!
Los mellizos se miraron preocupados. Sabían que esto no acabaría bien. ¿Acaso deberían llamar a su tía por si su madre acababa incendiando la casa? Finalmente, entre miradas que solo ellos comprendían decidieron confiar en su no hábil madre. Buscaron una receta simple por internet, reunieron los ingredientes y se pusieron manos a la obra.
Para hacer más ameno el ambiente, la joven madre puso música movida, y en un punto hasta inició una pequeña guerra con la harina, en la cual salió claramente derrotada ante la destreza y agilidad de sus hijos para evitar ataques y apuntar correctamente. Estaban tan absortos en su preparación del pastel que no se habían percatado del caos y desorden que estaban dejando en la cocina.
Javier había tenido días duros en el trabajo. En estas épocas llegaba una gran cantidad de pacientes en el hospital, y él ya era reconocido como un gran médico, por lo que existía gente que solo estaba dispuesta a atenderse con él. Le apenaba ver como su marido llegaba a casa arrastrándose, y cómo intentaba con todas sus fuerzas mantenerse despierto en la cama para prestarle aunque sea unos minutos de atención a ella.
Claramente fracasando, puesto que el sueño acababa por vencerlo.
Es por ello que decidió regresar temprano a casa y prepararle una sorpresa. Sin embargo, dado a la ocurrencia tardía y el poco tiempo que tenía a favor, la cocina era la única sorpresa que podía darle.
— ¿Y ahora qué? —preguntó la pequeña Francisca mirando como su madre colocaba el pastel en el horno.
— Ahora esperamos —contestó mientras se enderezaba y miraba hacia a su alrededor—, mejor dicho... Ahora limpiamos y ordenamos.
Sus hijos bufaron, y sin ánimos fueron a buscar escobas y estropajos. Jennifer sonreía viendo como estos se alejaban. Se sentía orgullosa de aquellos niños que había criado junto a Javier. Eran niños inteligentes, educados e incluso algo independientes. Aunque lamentablemente habían sacado la testarudez de ella. Si los niños decían que algo era de un color, pobre del que pensara siquiera en llevarles la contraria.
Entre los tres se dispusieron a ordenar y limpiar el caos que habían sembrado hace unos minutos atrás. Lo hacían cantando, riendo y hasta soltando uno que otro paso de baile. Amaba y atesoraba en su corazón cada momento vivido con ellos. Los momentos en familia eran bálsamo para su corazón, en especial en aquellos días donde sentía que no podía más del estrés. Cada vez que se sentía al borde del colapso y Javier no estaba ahí para contenerla, llegaban esos niños que con un simple abrazo o una dulce mirada apaciguaban su alma.
— ¿Deberíamos decorarlo?
— ¡Claro! ¿Quieren hacerlo? ¿Qué creen que le gustará más a su padre, chocolate o vainilla?
— ¡Chocolate! —dijeron al unísono.
Minutos más tarde, cuando el pastel estaba listo lo sacaron del horno y comenzaron a decorarlo. Añadieron un par de frutas, pero a lo que los chicos les entusiasmaba más era el decorado de chocolate. Jennifer sabía que ambos se aguantaban por no darle un bocado ahí mismo. Miraban constantemente la hora, ansiosos de que su padre llegara y vieran semejante sorpresa que tenían para él.
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Los polos opuestos... ¿Se atraen?
RomanceUn encuentro fortuito entrelazará las vidas de nuestros protagonistas, quienes se conocen en un pequeño incidente causado por ambos cuando se dirigían a la univerisad. Él, estudiante de medicina, es un chico tranquilo, de pocos pero sinceros amigos...