primera parte ZAC

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Sin embargo, sea quien sea él nuevo ocupante de la habitación número 2, no está siguiendo la secuencia habitual. Sólo se ha oído él sonido de una bolsa de equipaje al caer al suelo, y ya esta. Nada de cremalleras abriéndose. Ningún clic-clac de perchas moviéndose en él armario, ni él tintineo de enseres de baño sobre él estante superior. Y lo que es aún peor, ni siquiera se ha producido él reconfortante intercambio verbal.
Mamá se vuelve hacia mí.
-Debería ir a saludar.
-Sólo lo haces porque estás perdiendo -le digo en un intento por ganar algo de tiempo para él nuevo paciente.

Mamá apenas pierde por cinco puntos, pero la verdad es que ambos estamos jugando de pena. Mi mejor palabra hasta elomento ha sido «garrulo», aunque me ha costado que ella la aceptara. La suya ha sido «abatido», lo que resulta bastante triste.

Mamá forma la palabra «bota» y añade seis puntos a su cuenta.
-Nina no mencionó que llegaba uno nuevo.
Esto lo dice sin ironía, como si de verdad esperara que le informaran de todas las entradas y salidas de los pacientes del Pabellón 7G. Creo que lleva tanto tiempo aquí que ha olvidado que pertenece a otro lugar.
-Es demasiado pronto para ir a saludar.
-Tal vez debería ofrecerles un té...
Mi madre: él Comité de Bienvenida No Oficial de la Planta de Oncología. La que prepara tés relajantes, la que trae de la cafetería bollitos con raciones individuales de mermelada de ciruela. La autoproclamada portavoz de las familias de los pacientes.
-Acaba la partida, mamá.
-Pero, ¿y si están solos? Como le ocurrió a... ¿Cómo se llamaba? ¿Te acuerdas de él?
-Quizá sea eso precisamente lo que quieran, estar solos.
Es normal, ¿no? Desear estar solo a veces.
-¡Chis!
Entonces también yo lo oigo. Al principio no entiendo las palabras -nos separa una pared de yeso, diría que de unos seis sentimetros-, pero él sonido va en aumento.
-Dos mujeres... -confirma mamá con sus ojos castaños dilatándose. Su boca se tuerce a medida que oye «eses» y «tes» lanzadas entre siseos-. Y parece que una es mayor que la otra.
-Deja de cotillear -le digo, unque no es algo que podamos evitar. Las voces suben de volumen y las palabras salen como proyectiles.
«¡No beberías! ¡Para! ¡No lo hagas! ¡Yo que tu no lo haría!»
-¿Que esta ocurriendo ahí? -pregunta mamá.
Yo le ofrezco mi vaso vacío para que lo pegue a la pared como hacen los espías.
-No te hagas él listillo -me dice, y añade-: No funciona, ¿verdad?

No es que en mi familia no haya discusiones de ese tipo. Años atrás, Bec y mamá se enzarzaban a la mínima. En posición de ataque y fieras como dos rottweiler. En esas ocasiones, papá y Evan abandonaban la casa y huían a los campos de olivos, donde no pudieran llegarle las voces. Yo, en cambio solía quedarme en él porche, no me fiaba de dejarlas solas.
Las peleas perdieron intensidad cuando Bec cumplió los dieciocho. Sin duda, ayudo bastante que se mudara a la vieja casa contigua que antes ocupaban los trabajadores. Ahora tiene veintidós años y está embarazada. Mamá y ella se llevan bien. Siguen siendo tozudas como mulas, pero han aprendido a reírse la una de la otra.

Nadie se ríe en la habitación numero 2. Las voces suenan amedrentadoras. Se oyen palabrotas, y luego una puerta que se cierra. No da un portazo, porque todas las puertas disponen de un dispositivo con muelle que las cierra con un controlado e insatisfactorio silbido. A continuación, pasos rápidos por él pasillo. La cabeza de una mujer pasa veloz por delante de la ventana de mi puerta. Al ser una mujer baja, apenas aparece por encima del marco. Lleva unas gafas de montura marrón y una pinza de carey que recoge la mayor parte de su cabello rubio. Con la mano derecha se aprieta la nuca.

Sentada a mi lado, mamá parece una suricata. Su atención va de la puerta a la pared, y luego a mí. Después de veinte días en la habitación número 1, parece haber olvidado que allá fuera, en él mundo real, la gente se cabrea y la tranquilidad no dura, como ocurre en él colegio, donde los chicos plantan cara si alguien los empuja en la cola del comedor. Ha olvidado que existen los egos y la rabia.

Mamá se prepara para pasar a la acción: quiere seguir a esa mujer, ofrecerle té, bollitos con dátiles y un hombro sobre que reclinarse.
-Mamá.
-¿Si?
-Guárdate él discurso de ánimo para mañana.
-¿Tú crees?

Lo que creo es que ambas necesitarán algo más que los consejos de mamá. Probablemente alcohol. Quizá cinco mililagramos de diazepam.

Formo la palabra «cotilla» golpeando las fochas control él tablero, pero mamá no se da por enterada.
-¿Cómo es posible que alguien discuta de esa forma?
En la planta de enfermos de cáncer... Seguramente acabarán de...
Como si saliera de un megáfono, una voz retumba al otro lado de la pared.
-¿Qué... demonios...?
Acto seguido, un ritmo trepidante nos hace dar un Respingo. Las fichas de mamá caen al suelo.

La musica, por llamarla de alguna manera, invade mi habitación a un nivel acústico jamás oído en él pabellón 7G. La chica nueva debe de haberse traído sus propios altavoces, sin duda los ha colocado en la repisa que hay sobre la cama, de cara a la pared que separa ambas habitaciones, y ha subido él volumen al máximo. Una cantante se desgañita a través del yeso. ¿Acaso no sabe que es «nuestra» pared?
Mamá está a cuatro patas y se arrastra bajo mi cama en busca de sus siete letras, mientras la habitación late con electropop al son de «menea tu culo», y «lo deseas a muerte». Ya había oído esa canción, puede que uno o dos años atrás.
Cuando mamá se levanta del suelo, lleva en la mano un «T» de más y una «X», una barra de labios con sabor a fresa y un caramelo mentolado.
-¿Quién canta? -me pregunta.
-¿Cómo voy a saberlo?
El sonido es estridente, un ataque a mis oídos.
-Pero... ¡esto parece una discoteca!
-¿Y cuándo has estado tú en una discoteca?
Mamá levanta una ceja mientras desenvuelve él caramelo. Para ser sincero, yo tampoco nunca en estado nunca en una discoteca, de modo que ninguno de los dos está cualificado para hacer comparaciones. En realidad, él volumen debe de ser él propio de una discoteca de tarde para adolescentes, pero supone un verdadero shock para dos personas que llevan tanto tiempo en una habitación silenciosa y bajo control, rodeadas de vecinos de lo más conservadores.
-¿Es Cher? Antes me gustaba...
No estoy al día en cantantes femeninas con nombres simples. ¿Rihana? ¿Beyoncé? ¿Pink? Letras llenas de dolor se cuelan a través de la pared.
Entonces caigo por fin. Lady Gaga. La novata está chiflada. ¿La chica de la número 2 tiene cáncer y además mal gusto?
-¿O es Madonna?
-¿Juegas o no? -pregunto, al tiempo que cruzo «bota» con «pomo».

La canción sigue dale que te pego con cabalgar sobre él disco stick de un tío. ¿En serio?
Mamá finalmente se mete él caramelo en la voca.
-Debe de ser joven -comenta en voz baja. Los jóvenes la trastornan más que los viejos -. Qué pena.

Zac Y Mia (A.J Betts)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora