Parte 21

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Abrí los ojos lentamente cuando los rayos del sol comenzaron a molestarme, arrugué la cara.

¿Donde estaba?

Sonreí sintiéndome extrañamente bien a pesar del pequeño dolor que palpitaba en mi cabeza.

Me encontraba desnuda, enredada entre las sabanas blancas de una cama inmesa... Y sola. Cerré los ojos, sintiendo todo el peso de la realidad caer sobre mi, golpeándome con fuerza.

Me había acostado con Poncho,  mi hermanastro. ¡Si,  ese que me odiaba! Y me había regalado tres orgamos en una noche,  uno mejor que el siguiente.

¿Que mierda hiciste anoche, Anahí?

Mi corazón se arrugó como una pasa. ¿Como pude hacer eso? ¿Como pude hacerle eso a...? Ahogué un gemido y quise lloriquear. ¡Por Dios,  Kuno! De todas las cosas que pensé con respecto a lo que pasaría si descubría que era él quién no me complacía, nunca esperé sentir una culpabilidad tan grande como ésta.

Ahora que mi mente se había despegado de toda inhibición y me encontraba sola en una cama con el cuerpo dolorido, caía en cuenta de lo tonta que fui. Había apartado todos los pensamientos para este momento, y ahora no podía con ellos.

¿Que haría ahora? ¿Que haría Poncho? ¿Que pensaría de mi? No quería verlo, no quería enfrentarlo.

Necesitaba irme de aquí.

Me levanté enrollada en las sabanas y, como si me leyera el pensamiento,  apareció Poncho por la puerta ya vestido.

—Buenos días. En una hora salimos. —dijo tranquilamente mientras se colocaba un reloj negro en su muñeca izquierda.

Lo vi de arriba a abajo conteniendo el aliento. Vestía una camiseta blanca de algodón, unos vaqueros que se amoldaban a sus fuertes piernas y una botas marrones.

Era

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Era...

Me mordí el labio sintiendo un maldito deseo  recorrerme el cuerpo de nueva cuenta.

El deseo era una mierda cuando te desprendía de la cordura en contra de tu voluntad. ¿Que hay con la culpabilidad de hacía un momento?

Mis pezones se endurecieron dándome la respuesta: lejos de mi.

No pude moverme cuando bajó su mano y entrecerró los ojos. Tal vez y me vería estúpida, lo sé. Pero no podía ni respirar.

—No hay tiempo. —murmuró,  adivinando lo que necesitaba. Esto era humillante. —Vistete.

Pasó a mi lado y yo me aferré a las sábanas, pero caminó largo hacia el gran ventanal con vista a la playa. Lo miré con la boca abierta.. ¿Que se creía?

Traté de recomponerme y recoger la ropa del suelo que aún seguía un poco húmeda por el frío.

Pero al levantarme,  sentí una mano arrancarme la única barrera de protección que tenía.

Mi Hermanastro (terminada) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora