• Capítulo #8

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Sonó el despertador y hecho un manojo de nervios mezclado con imaginación, sentimentalismo, felicidad y desesperación abrió su armario y tomó un conjunto de gaván y pantalón gris de hilo. Sacó una camisa de algodón color verde claro y una corbata marrón. 

Caminó hasta la puerta del baño, la abrió y miró su torso en el espejo. Su pecho ancho y un poco sexy brillaba con la luz que besaba sus hombros desnudos. Unos pelos se asomaban de su barba por lo cual tenía que afeitarlos, no deseaba verse como una chiva vieja. 

Tras la rutina de preparación, salió por la puerta, solo deteniéndose a mirar su correspondencia la cual hace dos días que no miraba, y no se encontró ninguna carta de su ex. —¡Que raro! —murmuró para si. —¿Qué ha dicho? —se volteó para encontrarse con su vecina. Una anciana de unos 80 años la cual había sido su compañera de piso desde que se había mudado a esos carísimos apartamentos. La misma era dueña de una compañía de jabones los cuales la empresa Lambert compraba para sus hoteles y restaurantes. Eran todos de melaleuca, mantequilla de shea, manzanilla y todo ese tipo de cosas naturales. Los clientes de la empresa Lambert estuvieron en un principio contentos con las muestras y de ahí en adelante se contrató dicha compañía para suplir los mismos. —Buenos días, Cecilia. —La vieja solo le dedicó una sonrisa y abrió la puerta de su apartamento y desapareció. 

El teléfono sonó mientras el ascensor se ponía en movimiento. —Dime padre, ¿qué quieres? 

—Avanza y llega a la oficina, tienes que ver lo que han hecho. 

—¿Qué ha pasado? —preguntó Andrés un poco confuso. 

—Ven, ¡ahora! 

Así sin más colgó, sin ninguna explicación, sin siquiera unos buenos días. Suelen ser siempre así los padres adinerados que solo pueden ver el dinero, y el esfuerzo de sus hijos sin siquiera intentar compensarlos con un abrazo. Típica vida de un chico pijo. 

La Lexus grís dobló en la esquina de los apartamentos luciendo el brillo por el exceso de armorol.

 —Buenos días, Fernando, ¿cómo les fue ayer? —El le dirigió una mirada prometedora. 

—Deja que llegues a la oficina, y sabrás. 

—¿Sospecha ella algo? —preguntó tratando de sonsacar un poco de información y tratar de imaginarse un poco lo que se encontraría al llegar a su piso y encontrarse con aquella secretaria. 

—Duda un poco de mi, pero no tiene ni la mínima idea. La pobre no sabe ni que soy tu chofer, no tienes de que preocuparte. 

—Bueno, espero que sea como digas, hermano. —Le dió una palmada en la espalda y se dispusieron a hablar sobre los nuevos aros para el automóvil,

Minutos más tarde el auto entró en las empresas Lambert y Andrés se despidió de su amigo con una sacudida de manos. —Nos vemos en la tarde, te llamo para que pases a buscarme, quizás vayamos al bar por unas bebidas, realmente necesito un trago. 

La puerta de la empresa se abrió y la flamante y seductora Cristina le regaló una mirada. —Por favor cubre tus pechos, esto no es un club. —Ella unió el entrecejo y se subió la camisa. —Nunca te ha molestado ¿por qué ha de hacerlo ahora? 

—Como te dije esto es una oficina, no un club. Si tienes algún problema con el código de vestimenta que lleva esta empresa estás libre de entregarme tu carta de dimisión. 

—¡Ave maria! Alguien no está de ánimos hoy. Deja que entres a tu piso el edificio se va a quemar del fuego que saldrá de tu cabeza. 

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó alterado, recostándose fuertemente contra el escritorio. 

Cuatro rosas y un caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora