• Capítulo #6

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Karelyn se había levantando y como todas las mañanas, hizo su rutina diaria de aseo personal. Llegó a la oficina y se sentó a acomodar todo. Andrés llegó, y solo por cortesía, y evitando mirarle le dió los buenos días

Sabía que ayer se había pasado de la raya y que si él la despedía,  tendría razón. Y aunque no estaba del todo orgullosa de lo que dijo, tampoco estaba arrepentida.

Fernando entró por la puerta de aquel edificio un poco extrañado. ¿Tantas cosas se hacían dentro de un edificio y el solo era un simple chofer? Al parecer sí.

Presionó el botón del ascensor y esperó que llegara para recogerle. Unos minutos más tarde, abordaba la maquinaria como hombres engavanados y con maletines.

¿Cómo era que no les aburría tantos papeles?

Las puertas del ascensor se abrieron, y allí estaba, la secretaria, se paró frente a su escritorio y se quedó observándola sin saber que decir.

Ella alzó la mirada y le regaló una dulce sonrisa a Fernando. —Buenos días.  —Dijo de una linda manera.  —Le llamo al señor Lambert en un momento...

—No, no necesito al Señor Lambert —Contestó llevándose una mano a la cabeza. —He venido aquí por usted.

Ella lo miró raro y frunció el ceño.  —¿Por mi? —Preguntó no muy segura. Rápidamente miró a la oficina de su jefe, quien tenía la puerta abierta.

—Si, si, por ti —tartamudeó. —He venido a llevarte de compras por la ciudad, creo que tu atuendo es demasiado crítico y afecta un poco tu belleza.

<<¡Santos! Que eso me ha salido sin querer.>> pensó para sus adentros. Miró la cara de asombro de ella, sin saber más que decir.

Ella lo miró incrédula y una risita se escuchó por parte de Andrés, eso la hizo enfurecer. —Disculpe, que le moleste mi atuendo, "y que afecte mi belleza" —Usó sus dedos como comillas, mientras hablaba sarcásticamente. —No me importa su opinión,  tampoco vengo aquí para que los hombres se me queden mirando como perros de la calle por mi apariencia. Tampoco es que halla alguien interesante. —Dijo firme, mientras alzaba una ceja.  Dio una rápida mirada a la oficina de Andrés y sin decir más volvió a escribir en el monitor.

—Cálmese señorita, por favor, solo vengo a hacerle un favor, además quién me ha pedido que la lleve está muy entusiasmado de que ponga de su parte. ¡Vamos! —La cara de ella no era muy convincente, nada la hacía moverse de ese asiento, era como si estuviese pegada en el con toneladas de pegamento.

—Con todo el respeto... yo no necesito favores suyos, Señor Fernando. —Habló más tranquila, pero botando humo por las orejas.  Volvió a escribir, pero de repento lo volvió a mirar. —¿Y quién le ha pedido que me lleve? —Ahora toda la atención de Karelyn se posaba en la respuesta del humilde chofer.

—Eso no se lo puedo decir Señorita, arruinaría toda las posibilidades de usted ser feliz algùn día. Mejor venga conmigo y ya, le irá mejor.

<<Vaya muchachita esta>> pensó para sus adentros mientras buscaba una silla para esperar que ella se diera el puesto de mover su trasero y irse de compras con el. ¿Por qué tan terca?

Karelyn soltó una irónica risa. —¿Me está diciendo que si yo salgo de compras con usted tengo posibilidades de ser feliz?, pero es que yo soy feliz con lo que tengo. —Pensó en su familia, que hace mucho no los veía y vivían en California, al otro lado de la nación, y poco a poco su voz se fue a apagando.

Fernando notó como su la ilusión en sus ojos disminuía. —Bueno, no le digo que será feliz, pero al menos conocerá al anónimo. Anda, date un tiempo, mereces disfrutar un poco, ¡vamos. —Le dió unas palmadas en la espalda y la ayudó a ponerse en pié.

Cuatro rosas y un caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora