Alexia

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Cruzó la entrada de la tienda que habían convertido en hospital de campaña y salió al claro. Aun sin ventanas, había notado que se acercaba el amanecer. El cielo era una explosión de color y el aire seco despertaba en su cerebro sentidos que ni siquiera sabía que existían. Deseó con toda el alma haber podido compartir la experiencia con las dos personas que le habían inspirado el anhelo de conocer la Tierra, pero nunca tendría ocasión.

Sus padres habían muerto.

—Buenos días.

Alexia se crispó. Le parecía inconcebible que, hacía solo unos meses, considerara la voz de James el sonido más glorioso de todo el universo. Él tenía la culpa de que sus padres hubieran muerto, de que sus cuerpos flotaran sin vida por el espacio infinito, cada vez más lejos de todo cuanto habían conocido y amado. En un momento de debilidad, ella le había confiado un secreto que jamás debería haber compartido. Y aunque James había jurado que no se lo diría a nadie, no había esperado ni veinticuatro horas para chivarse a su padre, tan ansioso por ser el hijo perfecto, el niño dorado de Fénix, que había traicionado a la chica a la que decía amar.

Se volvió a mirarlo. Habría podido atizarle allí mismo, pero evitaría cualquier confrontación si eso significaba acercarse a él.

Cuando echó a andar sin mirarlo, James la cogió del brazo.

—Espera un momento. Solo quería...

Alexia se dio media vuelta y retiró la mano.

—No me toques —le dijo con rabia.

James dio un paso atrás y abrió unos ojos como platos.

—Lo siento —dijo. Su voz era firme, pero Alexia advirtió el dolor en su rostro.

Siempre se le había dado bien interpretar las emociones del chico. James no sabía mentir; por eso estaba segura de que, cuando prometió guardar el secreto, había sido sincero. Pero algo le hizo cambiar de idea, y los padres de Alexia habían sido los perjudicados.

James no se movió.

—Solo quería asegurarme de que te las arreglas bien —se disculpó con voz queda—. Hoy acabaremos de inspeccionar los restos del accidente. ¿Necesitas algo especial para tus pacientes? —Sí. Un quirófano estéril. Vías, un escáner de cuerpo entero, médicos de verdad... —Estás haciendo un trabajo fantástico.

—Lo estaría haciendo aún mejor si hubiera pasado los últimos seis meses haciendo prácticas en el hospital en vez de confinada en una celda.

Aquella vez, James estaba preparado para el chasco y la escuchó impertérrito.

El cielo, cada vez más luminoso, bañaba el claro de una luz casi dorada que encendía el paisaje como si la noche lo hubiera pulido. La hierba se diría más verde, y las minúsculas gotas de agua que salpicaban las hojas desprendían un precioso fulgor. Flores violáceas se desplegaban en el que antes parecía un matorral cualquiera. Los pétalos ovalados se alargaban hacia el sol y se mecían al aire como si bailaran al son de una música que solo ellos podían oír.

James  le leyó la mente.

—Si no te hubieran confinado, no estarías aquí —repuso con suavidad.

Ella giró la cabeza de golpe para encararse con él.

—¿Y debería agradecértelo? He visto a varios colonos morir delante de mí, poco más que niños que no querían venir pero tuvieron que hacerlo porque algún mierda como tú los delató solo por darse importancia.

Criminales en tierra.(Cancelada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora