Brandon

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Era alucinante lo mucho que aquel lugar cambiaba a lo largo del día. Por la mañana, todo parecía nuevo y fresco. Incluso el aire era más seco. Por la tarde, en cambio, la luz se amortiguaba y los colores se suavizaban. De momento, eso era lo que más le gustaba de la Tierra: que fuera tan imprevisible. Como una de esas chicas que siempre te tienen en ascuas. A Brandon le atraían aquellas que no se dejaban conocer del todo.

Una carcajada llegó a sus oídos, procedente del otro lado del claro. Brandon se dio la vuelta y vio a dos chicas encaramadas a una rama baja, que soltaban risitas mientras empujaban a un chico que intentaba unirse a ellas. Allí cerca, un grupo de waldenitas se pasaba el zapato de una chica arcadia, que resbalaba descalza por la hierba, muerta de risa. Por un momento, le dolió que Brooke aún no estuviera lo bastante recuperada como para unirse a ellos; se había divertido tan poco en su vida... Por otra parte, a lo mejor era preferible que no se encariñase con nadie. En cuanto se le curara el tobillo, Brandon y ella se marcharían para siempre.

Rompió la envoltura de un abollado paquete nutritivo, se metió la mitad en la boca y se guardó el resto en el bolsillo, bien envuelto. Tras inspeccionar los restos del accidente, habían descubierto lo que todos temían: no había más paquetes nutritivos que los que habían encontrado al aterrizar, apenas para unas pocas semanas. O bien el Consejo suponía que les bastaría un mes para aprender a vivir de la Tierra... o bien no creían que sobreviviesen tanto tiempo.

Graham había obligado a la mayoría a entregar los paquetes rapiñados alprincipio y, por lo que decía, había puesto a un arcadio llamado Asher a cargode la distribución, pero ya existía un incipiente mercado negro: la gente cambiaba paquetes nutritivos por mantas o recibía raciones extra de agua a cambio de los mejores sitios en las atestadas tiendas. James se había pasado el día intentando que todo el mundo accediese a colaborar en una organización más racional pero, aunque algunos estaban de acuerdo, Graham no había tardado mucho en hacerlo callar.

Brandon se giró al oír que las risas mudaban en gritos.

—¡Dámela! —chillaba un waldenita, tratando de quitarle algo a otro chico.

Al acercarse corriendo, Brandon se dio cuenta de que discutían por un hacha. Sosteniéndola por el mango con ambas manos, el primero intentaba ponerla fuera del alcance del otro, que alargaba los brazos hacia la hoja.

Otros chicos y chicas echaron a correr hacia ellos, pero en lugar de separar a los contendientes como cabía esperar, se desperdigaron entre los árboles para recoger distintos objetos. Había herramientas esparcidas por la tierra: más hachas, cuchillos e incluso lanzas. Brandon sonrió cuando sus ojos se posaron en un arco con sus flechas.

Aquella misma mañana había visto huellas de algún animal: auténticas pisadas, maldita sea, que se internaban en la arboleda. El descubrimiento había provocado una gran conmoción. En determinado momento, un mínimo de treinta personas se había congregado por la zona, dos haciendo observaciones la mar de útiles e inteligentes del tipo «no creo que sea un pájaro» o «debe de tener cuatro patas». Por fin, Brandon había señalado que eran huellas de cascos, no de garras, y que por lo tanto debía de ser un herbívoro, un animal que podrían cazar para alimentarse. Tenía la esperanza de encontrar algo que pudiera usar como arma y ahora, en el primer golpe de suerte que tenía desde su llegada a la Tierra, acababa de dar con ello. Si todo iba bien, Brooke y él se habrían marchado para cuando los paquetes nutritivos se agotaran, pero no pensaba correr riesgos.

—Esperen un momento —una voz se elevó por encima del jaleo. Brandon alzó la vista justo cuando James alcanzaba el lindero del bosque—. No podemos dejar que la gente se apropie de las armas al azar. Tenemos que clasificarlas y luego decidir quién las lleva.

Criminales en tierra.(Cancelada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora