Este capítulo ha sido escrito por la autora María Recrea, colaborando en Las Cartas de Kátsar
Querido diario:
No sé porqué sigo llamándote así mientras exijo a papá que deje de tratarme como a una niña. La última vez que te escribí ni siquiera podía cabalgar con Botter y ahora es él el que no puede conmigo. Supongo que acudo a ti porque al compartir mis pensamientos parece que estos se van aclarando y de alguna forma puedo dejar de preocuparme.
Creo que he cometido un error. Desde que mamá se fue no termino de encontrar el sentido de las cosas y la muerte de Gúlter no ha hecho sino acentuar esta congoja. En esta isla gris la muerte se siente cercana a menudo pero eso no hace que la tolere mejor. Algunos desaparecen, otros pasan a formar parte de la tierra y mientras, otros simplemente surgen.
Así llegó Kátsar, como cartógrafo del tío Al. Aquella noche no le esperábamos, el tío siempre aparece días más tarde de lo previsto por lo que fue sorprendente a la vez que grata su llegada. Tan asombroso como el hombre que vino con él, Kátsar. No me fijé en él hasta que terminé de saludar al tío y darle uno de esos abrazos que se van cargando de cariño por cada día que pasamos sin vernos.
Kátsar olía a sangre de trasgo y estaba empapado por la lluvia y la humedad de estos lares. No pude ver con claridad sus ropas ni identificar qué era aquello que aferraba con el puño junto a su cintura, pero vi sus ojos y con eso me bastó para darme cuenta de que aquel hombre sería especial para mí.
Papá estaba empeñado en que se trataba de un soldado que había desertado de la milicia de algún reino del Gran Continente.
— Hija, ten cuidado con ese hombre que acompaña a tu tío— me había repetido en varias ocasiones desde aquella noche en la que volvió el tío Al con Kátsar.
— Tu hermano no es un necio, papá... Sabe bien con quién se codea, sino ¿por qué querría estar a tu lado?— le contestaba desafiante.
— No sé, Alissa, tal vez porque soy un Hîr...
La conversación se quedó ahí y en esos días siempre traté de defender a Kátsar, ingenua de mí, sin conocerle en absoluto. Algo me decía que nunca había conocido a nadie así, tan extraño y decidido, tan independiente y astuto.
Pero todo esto cambió cuando su espada hizo volar por los aires la cabeza de Bran. Reconozco que una inmensa parte de mi se alegró de aquella muerte pues vengaba la única que me ha importado de todas las que han sucedido en la isla en los últimos años. El joven Bran tenía los dulces rasgos de un niño, pero a su corta edad ya había estado envuelto en el robo de cabras y en la muerte de Gúlter. Por ello debía morir, pero, ¿acaso tuvo elección?
Bran era tan solo un niño, menor incluso que el simpático Gúlter, el único amigo de verdad que había conseguido hacer en Mérlobock. No creo que un niño pudiera idear el robo de las cabras ni mucho menos un asesinato, no creo que él fuera culpable de otra cosa que no fuera haber nacido en el lugar equivocado.
Degollar al pequeño Bran me pareció un acto despiadado y por eso no dudé lo más mínimo en ayudar a Yvette. Atrapar a Kátsar no fue fácil, en algún lugar profundo de mi pensamiento él me atraía y no sé porqué de algún modo le deseaba desde que le vi llegar a la granja. Sin embargo, Yvette me producía una emoción opuesta. Cuando se acercó aquella noche entre la niebla con su oscura capa cubierta de barro mi intuición me alertó de que sólo me traería problemas. Apenas vi su rostro, tan solo un largo flequillo pelirrojo que asomaba por el lado izquierdo de su negra capucha. Al mirarlo me recordó a ese fuego que según cuentan arde en el infierno. Tal vez es donde debería yo ir a parar por traicionarle. Si entonces hubiera sabido la importancia que cobraría Kátsar en mi vida...
¿Cómo pude ser tan macabra y retorcida? No creo que haya cometido un error, estoy segura de que lo he hecho.
Al caer la noche nos encontramos detrás del establo. Había colocado con esmero las velas de mamá sobre el merendero y las copas del tío Al sobre la mesa. También conseguí unas viandas que Mordomo me facilitó secretamente. Había acordado con Yvette que la señal para que atacase sería mencionar a mi padre, Hîr Halfrings. Estaba tan nerviosa...
Entonces Kátsar me salvó de ser atravesada por aquella saeta. El escarabajo que había contemplado unos minutos antes apareció entonces teñido de púrpura y cuando me incorporé desde el suelo Yvette y su presa habían ya desaparecido. En ese momento me di cuenta de que acababa de traicionar al único hombre capaz de salvarme la vida.
No podía sacar de mi mente la conversación con Yvette, el descomunal desprecio que había sentido hacia Kátsar al verle degollar a aquel niño, la confusión que me produjo su determinación para socorrerme en el merendero. Esas escenas se reproducían una y otra vez, sin descanso, tras el velo de mis ojos en cada parpadeo.
Una y otra vez hasta que apareció Kátsar.
—¿Dónde te escondes?— le oí susurrar desde la entrada de la casa.
Entonces respiré profundamente, sonreí con todo mi ser y me abalancé sobre él para darle un abrazo inmenso. No tenía la confianza para hacerlo pero no pude evitar entrar en éxtasis al comprobar que seguía vivo a pesar de mi negocio con Yvette.
Él me miró de arriba abajo, escudriñando mi aspecto como si tratara de buscar alguna secuela del ataque. En un arrebato de sinceridad, sin procesar las palabras que salían por mi boca le dije:
—¿Dónde has estado? ¡Demonios, pensé que te habían matado!
Kátsar estaba serio y parecía tener un asunto apremiante que ansiaba resolver. Enseguida me preguntó por el paradero de mi padre y se marchó sin mostrarme más atención. Lo sentí a la vez que me alegré pues necesitaba procesar la gran noticia de su retorno. Al verle, había vuelto a sentir aquella certeza del primer día, Kátsar era especial y poco a poco, o mucho a mucho más bien, iba demostrando por qué.
Por eso entré a su dormitorio decidida. Quería confesarle todo lo que sabía. Hablarle de su escabechina con Yvette. Besarle, quizás. Darle la vida que le había intentado arrebatar.
Jamás hubiera imaginado que sería capaz de desnudarme frente a un hombre así, sin ningún pudor y con la firme convicción de que hacía lo correcto. Me deslicé en la bañera junto a él y el rubor que había evitado manifestar en mi rostro me ardió por dentro. Entonces Kátsar se abalanzó sobre mí, y esta vez fue él la saeta de vida.
De aquello hace dos lunas y sigo esperando el período.
Kátsar partió a las costas del norte con el tío Al. Papá asegura que será el fin de sus días pues él conoce aquellas tierras y está seguro de que sus peligros acabaran con ellos. Pero yo trato de ignorarle, de calmar la cólera que le produce la desobediencia de Kátsar y de su propio hermano. De la recaudación de los impuestos de Ondianne dependía una parte importante de los ingresos de la familia, ahora que nadie se encarga de ello hemos de prescindir de parte de los lujos de los que disfrutábamos.
Pero ya nada de eso me preocupa.
Sólo pienso en este hijo que espero, este hijo deKátsar.
Alissa
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Las Cartas de Kátsar
FantasyKátsar es un cazarrecompensas que huye de su tierra, donde han puesto precio a su cabeza , convirtiéndose en el cazador que va a ser cazado. Sin embargo, en su viaje a una nueva tierra llamada Mérlobock , decide redactar unas cartas para que sus ave...