✧Capítulo 21✧

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Una luz cegadora aterrizó sobre mi frente y desperté al parpadear varias veces para enfocar mi visión en las paredes de la habitación; blanca y vacía, no era en el mía. Esta era la habitación de Damián. Le eché un ojo al chico pelinegro que estaba acostado junto a mí, plácidamente dormido. Sonreí, pero un murmuro irreconocible me quitó el aliento.

—No confíes en él.

La voz de alguien me puso los pelos de punta. Mis ojos se abrieron y observé a una chica recostada en una de las paredes al final de la habitación. Llevaba el semblante serio y la mirada perdida. Desde esa distancia parecía una figura que se escabullía entre las sombras, pero su imagen parpadeó y terminó por acercarse a la luz. Pude notar su hermosa melena de color azabache caer bajo sus hombros, el color de sus ojos tan claros y lúcidos hicieron imaginarme a una diosa.

No confíes en él —Repitió y su voz retumbó por toda la habitación como voces de resonancia. Fruncí mi ceño.

—¿Qué? —Me incorporé y apoyé la columna en el espaldar para sentarme de piernas cruzadas—, ¿De quién hablas?

Alzó una de sus blancas y pálidas manos para apuntar con su dedo índice a alguien junto a mí. Su boca se abrió sin dejar de apuntarlo.

De él.

Giré mi cabeza y mi mirada se cruzó con Damián. Comprendí su mensaje al instante: Me advirtía de él. Quise preguntarle el porqué y volví hacia la chica. Pero ya no se encontraba ahí.

Mis ojos se abrieron de un sobresalto. Salté de la cama para observar a mi alrededor. No detecté ningún sujeto escondido, ninguna chica, ninguna voz. Todo era parte de un sueño, o al menos eso fue lo que me convencí. Bajé mis ojos al bulto que se extendía bajo las sábanas. Me acerqué muy cerca de él para tener sus labios muy cerca de los míos. Su respiración era tranquila y calmada, tanto que me tomé mi tiempo para fijarme en sus facciones. Sus pestañas eran tan largas que le llegaban casi a los pómulos, tenía una nariz perfilada, y unos labios del color rojo de una cereza, como si estuviese hecho a la perfección. Me alejé antes de que la tentación de besarle se intensificara. Se veía como un ángel dormido y no quería arruinarle sus sueños.

Acomodé mi cabeza sobre la almohada e intenté cerrar los ojos para volver a dormir.

De repente un brazo se deslizó por mis costillas y me abrazó, por detrás. Podía sentir su calidez emanar y aspiré su olor por encima de su piel. Era la mescla entre la menta y el chocolate. Trazó un dedo para deslizarlo en circulos sobre la piel que dejaba a la vista mi camiseta. Recorrió la contextura de mi cintura y repitió la misma caricia. Respiré profundamente.

Su respiración chocó contra mi cuello pero solo se limitó a soltar un gruñido sosegado.

—Damián —llevé un dedo hasta su mejilla para poder despertarlo.

—¿Mmmm? —Mofó somnoliento.

Intenté alejarme pero su brazo me tenía acorralada.

De verdad tenía que irme.

—Damián —susurré llamándole—, tengo que ir al instituto, se me hace tarde.

Ante mi demanda, escuchó mis palabras y se hizo el dormido, no terminó por quitar el brazo.

—¡Damián!

—Shhhh, solo duerme —murmuró con la voz pícara que hasta podía sentirlo sonreír en mi cuello—, ... solo unos minutos más y te suelto.

Se removió más cerca de mí y su brazo se apretó más fuerte acunandome como su prisionera mañanera. Solté un bufido mientras lo escuchaba reírse. Al sentir los latidos de su corazón contra mi espalda me obligué a calmarme. Entonces cerré los ojos cuando el cansancio volvió a arremeter contra mí; y lo que prometió acerca del momento en que me dejaría ir no terminó siendo minutos, sino una hora y treinta.

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