✧Capítulo 14✧

906 102 5
                                    


Estaba claro que irme hacia el área de entrenamientos no me apetecía de nada. Las prácticas y el instituto consumían mi tiempo haciendo que llegara tarde a casa solo para cenar. Al menos no tenía a Jenna y Leah interrogándome a donde iba cada vez que salía. Tenía la impresión de la sospecha había desaparecido, al menos para Leah. O quizás Damián la había dejado demasiado tranquila como para preocuparla. Ella sabía que, al salir de casa, me lo encontraría a él y lo único que siempre decía era «Ten cuidado», pero solo era eso. No preguntaba, como si supiera que mi día se limitaba a tener un romance con el chico, que nos descubrieran era su único problema. Sin duda el tío tenía sus trucos para dejar una buena apariencia.

Al bajar hacia el sótano supe que había llegado tarde al escuchar un estruendo. Cuando aparecí todos mantenían tres o dos puñales en la mano y tiraban al blanco; entre ellos Damián, quien rodeaba a los novatos con los brazos cruzados. Mi estómago se encogió al verlo y me acerqué hacia ellos con las manos sobre los bolsillos.

—Tarde, Regener —Murmuró Eros el detestable, a su lado estaba Finn. Sus ojos se encontraron con los mío y aparté la mirada. Aquel guardián transmitía miedo y peligro, algo que debería evitar a cualquier precio, incluso con solo un cruce de miradas.

Marcus me palpó el hombro.

—Toma unos cuantos puñales y únete a tus compañeros.

Como siempre era de esperar, desapareció de mi vista antes de que pudiera responder. Aparentaba lo reservado que era y lo mucho que no desperdiciaba su tiempo en las pláticas. Al menos no era rezongón y apático, tenía ese aire amable de querer ayudar a todos a pesar de su prudencia. Hice lo que pidió y tomé las navajas de la mesa de metal. Al avanzar un paso observé a los demás hacer su trabajo con empeño y concentración, con la emoción de apuntar directamente en el centro del maniquí. El sexto campo estaba disponible para mí y me uní al ejercicio.

Entonces lancé mi primer cuchillo, desacierto completo.

—Vaya, vaya ¡Parece que alguien deberá enseñarle a Clarisa cómo se apunta al blanco! —Soltó Deborah a mi lado—. ¿Has venido a fracasar... de nuevo?

Apreté mi segunda navaja mientras me observaba con burla. Se refería a la segunda fase del entrenamiento cuando ella logró salir a la superficie y yo decidí desmayarme en el fondo. Bien hecho Clarisa, pensé. Esto solo demostraba lo mucho que apestaba al entrenamiento, lo podía notar en los rostros de los novatos que ahora nos miraban. Podía sentir la mirada del chico corpulento que me defendió al principio de los entrenamientos.

No necesitaba la ayuda de nadie.

Podía sola.

Froté mi dedo sobre la segunda cuchilla y estiré mi brazo formando una postura agradable pero no lo suficiente para que se clavara en la cabeza del maniquí, sino en su estómago. La risa de Deborah rebotó sobre mis oídos y cerré los ojos.

—Eres una cobarde, Clarisa, igual que el renegado Lorin Sheper —susurró lo suficiente para que la escuchara y se apartó meneando las caderas—. Iré por más navajas —alardeó con soberbia.

Ahí estaba de nuevo. Al verla acercarse a una de las mesas de fondo sujeté mis tercera navaja con fuerza y cargué mi ira sobre ella, casi rompiéndola. Sentía la mirada de Damián sobre mí al cargar todas las emociones en mi rostro: enojo, ira, rabia. Había cruzado la raya y estaba cansada de ello. Hablar mal de Lorin me provocaba un cabreo que luchaba por soltar la otra cara de mi personalidad, la vengativa y furiosa parte malvada que poseía desde que me enteré de su exilio en la cafetería. Tanto así que, cometiendo tal estupidez, al hacerlo no era capaz de pensar con claridad. En ese momento juraba sentir la misma sensación que sobresalía y a la vez combatía por soltar el infierno que guardaba en mi interior. Al verla mirarme con una sonrisa desde el otro extremo de la habitación y soltar una carcajada me indujo a desquiciarme, pero no podía salirse con la suya.

Los ExiliadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora