el Poeta - I

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el Poeta

I

Viernes 13 de Septiembre de 2002

7:30 A.M.

En un lugar de Buenos Aires, de cuyo nombre no quiero acordarme, una hermosa mañana primaveral se despereza. No hay nubes que enturbien el horizonte y la luz solar invade todo por doquier... es decir, casi todo. Porque las persianas bajas de la habitación del poeta impiden la entrada de los rayos solares y las motas de polvo bailan desorientadas sin su guía.

Este poeta, dormilón por naturaleza, llegará tarde si no se despierta. Pero el abrazo de Morfeo es tan o más poderoso que el de un apasionado amante y, lamentablemente, cualquier compromiso asumido de antemano no puede medirse con él.

El durmiente no es cualquier soñador. Es un hombre joven, sin edad. No es un poeta cualquiera sino que es el resumen en su máxima expresión (o exageración) de cuantos poetas han existido en el mundo.

Su infancia había transcurrido feliz en un mundo plagado de piratas, princesas y magia. Aunque los fantasmas habían sido precozmente descartados debido a una natural aprehensión hacia las almas en pena.

Había crecido escuchando la música de los cantautores hispanoamericanos, a los cuales se hubiese unido en su madurez si no hubiese sido porque su voz carecía del delicado arte de la afinación.

Sus ojos eran dos estrellas de ilusión que los vientos de los imposibles no habían logrado apagar. Su extravagante manera de vestir despertaba comentarios donde quiera que fuese. Sus cambios de humor eran las pinceladas de una personalidad que de tanto creer en el amor se había terminado enamorando de él. Nadie, jamás, había tenido conocimiento sobre su familia sanguínea. Él mismo no los recordaba con precisión. Hasta se podría decir que, en este caso en particular, quizás sí había sido traído al mundo por una cigüeña enviada desde París.

Vivía en una humilde casa que había conocido tiempos mejores donde alquilaba el altillo, propiedad que su mejor amigo había heredado de su abuela. Había logrado que su obsesión literata le brindase el mínimo sustento necesario para mantenerse, ya que solía trabajar como escritor fantasma mientras soñaba con la publicación de su Gran Obra.

8:00 A.M.

Los hijos de la vecina estaban felices porque ese día no tenían clases y no dudaban en hacer partícipe de su alegría al barrio entero. Eran tres pequeños demonios jugando con la manguera en la vereda: se tiraban agua, se perseguían, regaban las plantas, los árboles, la calle, a ellos mismos. Todo, mientras dejaban escapar atronadores gritos de sus ruidosos pulmones en desarrollo. Su madre los había enviado a jugar afuera de la casa para poder comenzar con la limpieza diaria.

Inquieto por el bochinche, el poeta se removió en la cama. Refunfuñó un poco y se puso boca abajo, lanzando un suspiro de satisfacción. Después, escondió la cabeza entre las sábanas, la claridad que se filtraba por la ventana cerrada le molestaba.

Al cabo, lanzó un gruñido, ya furioso por los gritos y pateó las sábanas lejos de sí.

Pegó un salto y quedó parado en medio de la habitación con los cabellos disparados hacia los cuatro costados, la boca fruncida y la mirada asesina. "¡Esta vez voy a matar a esos niños!"

Miró el reloj pero al principio le costó fijar la vista en las titilantes manecillas que avanzaban descuidadas del tiempo. Se sorprendió levemente al advertir la hora que era... hasta que reaccionó de pronto. Se vistió a toda velocidad, masticando un pedazo de pan duro que encontró olvidado en su escritorio. Se le había hecho tarde, muy tarde.

el Poeta, el Diablo y MargaritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora