IV

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IV

6:00 P.M.

El poeta observó desde la ventana de su buhardilla los cambios de color del atardecer y pensó que era una tarde especial, nunca había visto rojos de tanta intensidad alumbrando al cielo. Algo extraño, maravilloso y tal vez terrible flotaba en el aire. Ese viernes trece parecía haber sido tejido con hilos sobrenaturales.

Se dio vuelta para agarrar una hoja en blanco y escribió:

"Tarde estrellada en nubes pardas.

Pizarra bizarra de la Creación.

Puedo escuchar el ambarino llamado del aire rosado,

y ver el grito del viento en silencio.

Doradas esmeraldas destellan en la distancia más cercana.

Volcanes de nieve iluminan el violáceo aguacero.

Imaginación danzante, furiosa, sedante

se funde en mi aliento

para hablar a través de mis textos.

Eres parte mía, Tierra amada,

acógeme en tus entrañas."

El poeta se sorprendió de lo que acababa de escribir. Eran las letras de esa sensación curiosa que palpitaba en su interior.

Cosquillas crecientes comenzaron a vibrar en su cuerpo. Se sentía inquieto sin saber por qué. Ansioso, expectante, aguardando algo que estaba cada vez estaba más próximo.

Siguiendo un impulso, se lanzó hacia la calle en espera de que el rápido andar aclarase sus pensamientos.

A medida que caminaba, el viento frágil se fue transformado en un pequeño huracán. Repentinamente sopló con tanta violencia que el cielo se cubrió de oscuros nubarrones de tormenta prontos a explotar.

El poeta, que se había dejado llevar por sus pies sin prestar demasiada atención al lugar por el que iba, de pronto se encontró perdido. Para peor, las nubes habían ocultado la luz solar de tal forma que parecía que se hubiese hecho de noche antes de tiempo.

El cielo se abrió y comenzó su llanto.

Algunos, los más osados, luego dirían que tratándose éste de un libro en donde el Diablo tiene un rol importante, esa tarde del cielo habían caído ranas y culebras... Pero otros, quizás más precavidos o simplemente incrédulos ortodoxos, asegurarían que sólo se trató de una lluvia torrencial común y corriente, de esas que inundan la ciudad de cabo a rabo.

Las pocas personas que todavía quedaban en la calle corrieron a refugiarse de la furia de los elementos. El poeta no vio hacia dónde se dirigían, simplemente, de buenas a primeras, se encontró solo, empapado de pies a cabeza y rodeado por pequeños manantiales que comenzaron a emerger del centro de la tierra... o, quizás, de las alcantarillas tapadas por la basura que la gente suele tirar en la calle.

Saltando importantes charcos llegó hasta la vereda de enfrente. Había visto el portal de una casa abandonada. Era vieja, pintoresca y venida a bajo. Sin embargo, en esos momentos, lo único que le importó fueron los escalones que le garantizarían un mínimo resguardo en el caso de que el agua continuase subiendo y el techo que lo protegería del aguacero.

Curiosamente, Margarita apareció en la esquina, corriendo hacia ningún lugar. Cómo ambos habían llegado hasta allí, a un mismo tiempo, es cosa de otra historia. Baste con decir que, sin verlo, ella eligió el mismo lugar para guarescerse.

el Poeta, el Diablo y MargaritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora