XX

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XX

Margarita entró en la habitación y cerró la puerta con llave. Era una protección inútil contra lo sobrenatural pero al menos sirvió para calmar sus nervios de momento, proveyéndole la sensación de una falsa seguridad. No importaba. Al menos, era algo.

Se detuvo en el espejo ovalado de cuerpo entero y se contempló con curiosidad. La imagen le devolvió una mirada angustiada, que no parecía suya. Un aire irreal la envolvía, otorgándole una belleza extraña que desconociera hasta entonces. Sus ojos cansados tenían ojeras. No, no era su aspecto físico lo que había cambiado sino su expresión. Estaba manteniendo una dura lucha interna que sabía perdida de antemano. El lejano recuerdo de un amor olvidado quería abrirse paso a través de su memoria pese a sus fútiles intentos por evitarlo. No quería recordar. Hades no era para ella.

Se cubrió el rostro con las manos y comenzó a llorar al tiempo que se dejaba caer al suelo. Apoyó las rodillas contra el pecho, escondió la cabeza entre ellas y se abrazó a sí misma, acunándose. ¿Por qué no la dejaba en paz? Ya una vez había escapado de Él. ¿Qué tenía que hacer para que lo entendiera? Una parte suya se sentía irresistiblemente atraída, era verdad. Pero sabía que no resultaría. Ella quería un compañero de carne y hueso, no un Demonio.

Al cabo de un rato, sus sollozos empezaron a calmarse. Entonces, de pronto, alzó la cabeza. Se limpió la cara con un gesto rápido, repentinamente alerta.

Se paró con rapidez y enfrentó al espejo, desafiante. Le dio un puñetazo y luego otro, hasta que se agrietó. Comenzó a romperlo con los dedos, a tironear del vidrio con las manos sangrantes. Le gritó con furia cosas ininteligibles hasta que terminó de arrancarlo del soporte y se cayó al suelo. Sin detenerse, Margarita saltó sobre él y comenzó a pisotearlo.

Pese a sus esfuerzos por evitarlo, en los vidrios rotos se formó una imagen que no tardó en salir de los restos, como quien atraviesa una ventana. Sujetó a Margarita por los brazos, mientras ella intentaba pegarle y prorrumpía en nuevos insultos.

Era Valand. Desde la noche en la que había bailado para él, apenas si lo recordaba como a algo más que a un sueño pero su instinto le advertía que en verdad había sucedido, se había cuidado de no volver a encontrárselo a solas. No había sido fácil. Él parecía estar en todos lados, acechándola. Y ella se acostumbró a salir corriendo de las habitaciones, sin dar explicaciones. Corría hasta que encontraba a alguien. Generalmente era a Santiago, que nunca estaba muy lejos de ella, que le hacía compañía hasta que regresaba del poeta.

–¡Basta! –le ordenó Él, con su terrible voz. Y ella lo obedeció en el acto, incapaz de resistirse a su embrujo.

Valand la soltó y retrocedió dos pasos.

–Quiero que me escuches. Que prestes atención a lo que te voy a decir. No necesitás responderme ahora. Pensalo. ¿Está bien?

Ella asintió levemente con la cabeza.

–El poeta te prometió su alma inmortal, sospechando sin verdadera certeza el infinito que los espera. Ha hablado de más. Yo, que conozco todas las respuestas pues soy parte de ellas, te ofrezco el presente porque puedo cumplirlo. No me estiro, desconociendo mis propios límites. El futuro es incierto. Una promesa, quizás, que supere mis fuerzas y no pueda mantenerla eternamente. Juro quererte, adorarte e idolatrarte hoy, en este momento, en el que quisiera poder hacerte mía y llamarte mi Reina. Mañana no sé, tiene un sentido del humor muy peculiar este Destino, esta vida, este amor. ¿Por qué, en lugar de mirar hacia adelante, no nos dedicamos a vivir este momento, que es lo único real que existe?

Si iba a decir algo más, no pudo hacerlo. Santiago los interrumpió con sus golpes en la puerta.

–¡Margarita! –la llamó–. ¿Estás bien? ¡Abrí, porque tiro la puerta abajo! ¡Margarita!

Valand hizo una mueca de fastidio y liberó a Margot, que corrió hacia la puerta y la destrabó, cayendo en los brazos de su amigo.

Santiago le dirigió una dura mirada a Mefistófeles.

–¿Qué está pasando? –lo increpó.

El Otro se encogió de hombros.

–Exceptuando tus golpes desenfrenados, nada. A esta pequeña ninfa se le cayó el espejo, se asustó y se lastimó. Cuando llegaste, estaba intentando consolarla.

Santiago lo miró con furia contenida todavía manteniendo abrazada a Margarita, que había comenzado a sollozar en silencio. Le susurró algo al oído y ella asintió, agradecida. Lo soltó y se fue en busca del poeta, que acababa de llegar.

Santiago habló con la fuerza de los Justos:

–¿Qué le pasaba a Margarita?

–Nada, histeria femenina. Ven un poco de sangre y ya comienzan a alborotar.

–¿Por qué estaba cerrada la puerta?

–No sé. Eso preguntáselo a ella, que fue la que dio vuelta la llave.

–Entonces ¿cómo hiciste para entrar?

–Santiago... no seas iluso, no necesito de puertas para entrar. Soy como el de Más Arriba: siempre estoy, aunque no me puedas ver.

–No quiero que vuelvas a acercarte a Margarita.

–No veo que puedas hacer mucho para impedirlo, no es tu decisión la que cuenta.

–Yo creo que sí.

Satanás se rió, divertido.

–¿Ah, sí? ¿Y qué va a pasar si desobedezco tus órdenes? –lo desafió.

–Te enviaré de vuelta al Infierno del que te escapaste –le contestó sin alterarse ni elevar la voz.

El rostro risueño del Demonio se transfiguró para asustarlo. Santiago no se dejó amedrentar, sacó rápidamente la cruz que pendía de su cuello y la esgrimió. La terrorífica cara comenzó a reírse con tantas ganas que terminó recuperando su forma habitual.

–Entiendo que el mito popular insista en confundir al Diablo con un vampiro. Pero te confieso que esperaba más de vos, Santiago. Decime ¿también te vas colgar ajo y vas a intentar matarme con una estaca?

–No será necesario. Te bañaré con agua bendita y, si eso no funciona, ya encontraré la manera.

–Mmmm... Podrías intentar dispararme una bala de plata en el corazón... Nunca se sabe... –le sugirió, guiñándole un ojo.

–Dios guiará mi espada. Él no permitirá que el Mal triunfe.

–Tené cuidado, Santiago –le advirtió Mefistófeles, perdiendo toda su hilaridad–. En Su nombre se hicieron la mayoría de las guerras, las barbaridades más atroces. Te asombraría conocer muchas de las brutalidades que tus semejantes hicieron a lo largo de la historia, supuestamente obedeciendo Su Voluntad. Es la excusa perfecta para dominar, colonizar y asesinar... En nombre de Dios no se persigue al Diablo, se persigue a las personas, a los que con sus diferencias son capaces de generar un cambio en la sociedad.

Pasó a su lado, lo esquivó en la puerta y se marchó, dejándolo solo con sus pensamientos y los puños apretados.


el Poeta, el Diablo y MargaritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora