Capítulo 20

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Cuando Yixing se despertó, ya eran las 7 de la tarde.

Se frotó los ojos y miró la cuenta atrás en la pared, ya sólo quedaban 3 horas y dijo lánguidamente:

—Ya es tan tarde…

Se tumbó de lado en el sofá, encogido, y yo lo miré a los ojos.

—¿Dónde están los demás? —preguntó.

—Están todos muertos —dije.

Parpadeó y miró hacia arriba, con la mente en blanco.

No me preguntó cómo había muerto Luhan, probablemente tampoco necesitaba saber la respuesta.

Se puso de pie y subió lentamente las escaleras. Abrió la puerta del segundo dormitorio del segundo piso, y vio el desastre.

Sonrió sin decir nada y miró por la ventana.

Fuera no paraba de llover, las gotas de lluvia golpeteaban contra las hojas y el cristal de la ventana al caer. No estaba seguro de qué era lo que había en la atmósfera esa noche en particular, que hacía que no necesitáramos hablar.

Esas palabras que nunca dije, palabras que ni siquiera estaba seguro de que existieran.


—Hola, me llamo Zhang Yixing. —Sonrió mientras se rascaba la oreja—. Eres la primera persona china que conozco aquí.

—Wu Yi Fan —le estreché la mano.

Bien entrada la noche, en febrero de 2010, yo estaba sentado en el dormitorio, mirando un puñado de llaves con desesperación. Agachó la cabeza y me sonrió, después me pasó el brazo por los hombros y dijo:

—No pasa nada, a lo mejor si me hago gigoló hasta gano más dinero que tú como famoso.

En una noche lluviosa del invierno de 2010, se fumó el primer cigarro de su vida, decidió recompensarse a sí mismo y se acercó a un reloj blanco y negro que había expuesto en un escaparate. Cuando vio lo caro que era, sacó todas sus tarjetas y todo el dinero que llevaba y miró al empleado tímidamente.

—No tengo dinero suficiente, pero ¿me lo puedes reservar?



Anoche, la estrella fugaz cruzó el cielo. Se sentó junto a la ventana, con una ligera sonrisa.

—Si me despertara mañana, no querría vivir solo —dijo, y me miró con esa sonrisa.

Algunas cosas era mejor no mencionarlas.

Nos quedamos los dos de pie en el dormitorio. Me acerqué a él y lo abracé, lentamente, por detrás.

No se dio la vuelta para mirarme, ni dijo una sola palabra.

—¿Cuándo vas a matarme? —preguntó después, despreocupadamente, con los ojos fijos en lo que se veía desde la ventana.

Cerré los ojos y apoyé la frente sobre su hombro.

Soy un traidor y un falso. Lo he sido toda mi vida, pero justo en el momento en que tenía que ser más falso que nunca, de algún modo perdí la facultad de usar esa virtud.

Ahora —susurré, mi voz temblaba y sonaba hosca mientras acercaba la boca a su oído. También temblé cuando le di la vuelta y le di un beso en los labios.

Abrió los ojos, sorprendido, y me miró con esa mirada. Una mirada que no se podía describir con palabras.

Una mirada que parecía decir «te perdono».

Era como si la lluvia que caía fuera me hubiera empapado de la cabeza a los pies, mis brazos y piernas, estaba calado hasta los huesos. Él era como el árbol que había fuera, goteando lluvia mientras me miraba fijamente, parecía que sus ojos me decían no estés triste, esto no es culpa tuya.

Mis lágrimas empezaron a caer incontrolablemente, le besé suavemente las cejas, la nariz, los labios, dejando que las gotas saladas pasaran por entre nuestras lenguas… Se apoyó contra la fría pared, respondiendo dulcemente a mis besos, con toda la suavidad que podía. No podía verle la cara, y tampoco podía ver la mía, este es el punto ciego que hay en mis recuerdos. No era capaz de encontrar ninguna forma de corroborar esto con palabras, mi mente se quemaba y sólo quedaban cenizas que se iban volando, dejándome con la sensación de que algo se había hundido en mi corazón.

Fuimos tambaleándonos hasta que entramos en el cuarto de baño. Lo presioné contra la pared, le acaricié el pelo, peinándoselo cuidadosamente hacia abajo y apartándoselo de la cara; respirando entrecortadamente e incapaz de decir ni una sola palabra. Yixing cerró los ojos y apretó su frente contra la mía.

Rompí el espejo del lavabo, y cogí uno de los trozos. Le sujeté las manos con fuerza detrás de la espalda, y él inclinó la cabeza hacia un lado. Respirábamos fuertemente en los oídos del otro, agaché la cabeza y empecé a besarlo apasionadamente, cerró los ojos y me respondió con todas sus fuerzas. Justo en ese momento, le clavé el trozo de espejo en la muñeca, cortándole las venas.

Todo ocurrió en silencio. Levantó la mano izquierda para limpiarme las lágrimas, y se dejó caer al suelo débilmente, su cálida sangre fluía por el suelo. Inconscientemente, quise detener la hemorragia con mi ropa, parecía que se me había olvidado que había sido yo quien le había herido.

Una lágrima cayó de sus ojos.

—Quiero irme a casa —dijo.

Lo levanté y lo llevé a la habitación. En ella, había unos ventanales que llegaban al suelo y que daban al este. Cogí una silla y lo senté en ella, arreglándole el pelo y la ropa; Yixing me mostró una sonrisa, y como si estuviera increíblemente exhausto, dijo:

—Voy a dormir un poco.

Entonces, cerró los ojos.

Me quedé mirando a esos ojos, pero nunca se volvieron a abrir.

Sentado frente a la ventana, me quedé paralizado, no sabía si habían pasado minutos u horas.

En ese lejano Este, no había ningún sitio al que yo pudiera llamar hogar; pero adondequiera que fuera él, esperaba ir yo también, si podía.

48 Horas (EXO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora