Capítulo 4: Un pedazito de verdad.

14 3 0
                                    

El coche va dando vueltas por los callejones con una gran velocidad. Es de noche y no hay mucha gente por las calles, pero a medida que nos vamos acercando mas al centro las personas van apareciendo. Igual que el tránsito. Hemos dejado el coche que nos perseguía atrás hace mas de diez minutos pero él continua sobrepasando el límite de velocidad como si nada.

— ¿Me puedes explicar por que nos estaba siguiendo ese coche? — le pregunto por tercera vez desde que hemos salido. Y como todas se limita a ignorarme. — ¡Por favor! — grito dando un golpe sobre el sillón. Su atención para en mi unos segundos.

— Porqué te quieren a ti. — dice sin quitar la mirada de la carretera. Abro los ojos como platos.

— ¿A mi? —le pregunto confundida.

— Sí. — dice cambiando de marcha.

— ¿Por que?

— No tengo ni idea. — veo como se muerde el labio inferior al decir eso.

— Estás mintiendo. — concluyo en voz alta.

— No. — dice.— Lo oí decir a un chico ayer y he venido a salvarte. — Esta vez me mira con una sonrisa autosuficiente. Arqueo las cejas intentando aguantar la risa.

Él pulsa el botón de encender la radio. Pasan un par de segundos antes que comience a sonar la canción "Don't Stop Believin'. Veo como sonríe cuando suena el estribillo.

— Don't stop believin', hold on to that feelin' — grita inundando todo el coche con su voz.

— Me has destrozado el sentido de la oída. — digo pasándome el dedo por la oreja. Él suelta una fuerte carcajada antes de continuar cantando.

Creo que pasa mas o menos media hora hasta que para el coche. Hemos atravesado todo el centro y nos hemos dirigido hasta South Shore, un pequeño barrio residencial cerca del mar. Nos encontramos delante de un motel. Una valla metálica oxidada cubre un pequeño patio de cemento. Tiene la forma típica de todos los edificios de este estilo. Las paredes son blancas y están cubiertas por ventanas y puertas de color azul marino. Solo se ven dos pisos. Y para llegar arriba tienes que usar unas escaleras de metal gastado. Peter aparca detrás del edificio, allí hay tres coches mas, un Honda muy viejo, uno francés que no reconozco y por ultimo un Seat blanco.

— Te vas a quedar a dormir en el coche? — me pregunta desde fuera. Salgo lentamente. Solo llevo una camiseta blanca de franela y unos pantalones de tela rosa que me llegan al muslo. Los calcetines de conejitos blancos es lo que destaca mas de mi conjunto. Él se aguanta la risa al ver mi conjunto. — No me he fijado que ibas en pijama.

Le dedico una mirada de odio mientras nos dirigimos a la cabina. Una mujer vieja con el cabello blanco y una bata de dormir azul está sentada detrás del cristal. Cuando nos ve hace una mueca y cierra los ojos un par de segundos. Peter no parece darse cuenta y se acerca hacía la señora despreocupado. Yo me siento en una silla verde gatada que reposa al lado de la puerta. Veo que intercambian un par de palabras y luego le da un llave de hierro con un numero 8 colgando de un hilo.

— Vamos. — me dice él saliendo de recepción. Lo sigo hasta llegar a la puerta numero ocho. Introduce la llave en la cerradura y la abre con fuerza. La habitación no es muy grande. Hay una cama de matrimonio blanca con una manta azul en los pies. Una mesilla de noche a cada lado reposan con una lampara medio-rota sobre ellas. En el otro extremo se puede ver una puerta de madera qué supongo que es el baño.

—¿Cuanto tiempo se supone que estaremos aquí? — pregunto mientras él corre las cortinas azules.

— Hasta que dejen de buscarte. — dice corriendo hacía la cama y lanzandose encima.

— ¿Dos días? — digo sentándome en el otro extremo de la cama. Él suelta una carcajada.

— Dirás dos semanas. — dice sacando el móvil de su bolsillo. El corazón me da un golpe.

— No. — exclamo rotundamente. — Quiero irme a casa, mis padres llegarán dentro de un par de horas.

—Olivia, tus padres no llegarán. — dice mirándome serio. Su tono de voz ha cambiado, ahora es dulce.

—¿Por que? — pregunto asustada. Él cierra sus ojos azules con fuerza.

— Se han quedado en casa de tu tía. Les advertí que corrían peligro. — se apresura a decir. Suspiro frustrada.

Me envuelvo en la mata azul y tapo mi cabeza. Mis padres corren peligro. Esas palabras van pasando por mi cabeza como rayos. No puedo permitir que les hagan daño, pienso. Si les pasa algo yo no podré vivir. Unas lágrimas silenciosas empiezan a caer por mis mejillas. ¿Por que me está pasando esto? Aplasto mi cara contra el cojín duro. Peter está justo a mi lado, oigo como teclea mensajes rápidos con los dedos. Es relajante oír ese sonido. Andes de darme cuenta me he dormido profundamente. 

SafelyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora