4. La dueña de una canción

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Arwen tuvo que llevarse prácticamente a rastras a Lynette del lugar en donde estaban o de lo contrario no alcanzaría a llegar junto a su padre para el comienzo del torneo. Su hermana menor estaba empeñada en conocer a un hombre que salvó a un músico de ser asaltado y le preguntaba a quien se cruzaba en su camino sobre tan valiosa información. En un comienzo ella también estaba interesada en saber quiénes eran los partícipes, ambas disfrutaban de los músicos viajeros que llegaban a Parlosk y quien salvara a este bardo seguramente sería bien recompensado por su padre si se enteraba de lo sucedido. Los guardias de la ciudad se habían llevado al asaltante e indudablemente su futuro no sería muy próspero siendo ese día el mismo del arribo de los Deltraite. Si su Señor Padre era misericordioso recibiría una muerte rápida.

Cuando llegaron al lugar su padre les dio una mirada reprobatoria por su tardanza a pesar de que todavía faltaba su madre y la Señora del Valle, además de los gemelos de Lord Kendell. Apareció entonces frente a ellas Eirian, el hijo mayor del Señor del Valle, saludándolas con una amable sonrisa que parecía ser tan natural en él como respirar. Era notorio el parecido con su padre, más que los menores incluso, pero Arwen se había dado cuenta de que ninguno de ellos era siquiera ligeramente parecido a su madre, ni en físico —a excepción de los ojos de la joven Meredith— ni en carácter, lo cual le resultaba agradable: ya había platicado con Lynette acerca de que no le había gustado nada la mirada de desprecio que les dio la mujer cuando las había saludado al llegar.

—Es Farakin una región muy bella —dijo Eirian—. Me alegra haber venido hasta aquí, sin duda Parlosk es una ciudad que merece ser recorrida hasta su último centímetro.

—Si gusta podemos ayudarlo a recorrerla —ofreció rápidamente Lynette, prendada de los ojos dorados del muchacho. Arwen apretó su brazo levemente, evitando que siguiera hablando tanta cosa.

—Nada me complacerá más —respondió el joven y, volteándose a ella, añadió—: También me gustaría contar con su presencia, mi Dama, sería un honor más.

—Como desee, mi Señor. —Arwen volteó su rostro ligeramente sonrojado, no se esperaba aquel trato ni mirada por parte del muchacho—. Nosotras estamos para servirle a usted y a su familia.

En ese instante los gemelos de Lord Kendell llegaron corriendo, diciéndole al padre de ambos que habían cumplido su misión y que el agredido y el defensor venían tras ellos. Lynette lógicamente saltó de su asiento para poder ver. Un pequeño grupo de gente se fue congregando a su alrededor. Eirian le extendió su mano y la invitó a ir también, dado que él también había escuchado esa historia.

Detrás de los gemelos apareció un bardo, quien se presentó como Aldair mientras hacía sonar unas ligeras notas en su instrumento. Ante las miradas de las decenas y decenas de personas que se habían ido juntando al escuchar las algarabías de los hijos menores del Señor del Valle, el músico contó con detalle el acto del que había sido víctima —exagerando, según ella— y de cómo un valeroso hombre al que apenas conocía lo había salvado de tal agravio que ninguno de los presentes que se hacían llamar Caballeros lo había rescatado, dejándolo a su suerte.

Entonces la gente se hizo a un lado como si se lo hubiesen ordenado, y entre ellos emergieron dos figuras. El que iba primero era bastante alto, seguramente pasaba a su hermano o al joven Eirian; su cabello era rubio oscuro, tenía una ligera barba creciéndole en el mentón y en las mejillas, también se le notaban brazos fuertes. A Arwen le bastó verlo para reconocerlo como un buen espadachín a caballo, al menos físicamente parecía cumplir con los requisitos: no excesivamente ancho ni musculoso, sino delgado, ágil como montador. Estaba casi segura que tenía más de veinte años.

La Doncella de Parlosk (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora