7. El que quiere ganar

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Desde que la vio entre aquella pequeña multitud que no pudo dejar de pensar en esos ojos de lago en día nublado en piel de porcelana, cabellera negra como la noche sin luna. Jamás había visto a joven con tal belleza. Luego de escuchar aquella canción de Aldair, Neil no había sentido mayor curiosidad, pero lo comentarios de Erwin y el bardo lo hacían volver una y otra vez a la

Hacía años que su corazón no latía acelerado por una mujer, Neil temía incluso haber olvidado lo que aquello significaba, ese temblor de manos, la inseguridad viniendo incluso de su pensar. Su voz era dulce, compasiva; sus ojos, sinceros, y amables; su sonrisa, cautivadora. Era la única persona que le había hecho olvidar momentáneamente a Noreia, a su familia, su ciudad y su pasado. De pronto la realidad le pegó en el rostro: había olvidado su pasado, y aquello no podía pasar, eso era lo único que lo mantenía firma en su decisión de vagar de región en región, ciudad en ciudad y pueblo en pueblo, para vivir el castigo de sus acciones.

Fue después de recibir muchas felicitaciones hace unos días por parte de quien se cruzara en su camino debido a su buen debut en el torneo —luego de dejar a la joven con su hermano mayor— que Erwin le había alcanzado en la posada en la cual se estaban quedando. Le informó que sus caballos ya estaban alimentados y más tarde un muchacho los cepillaría, por lo que esperaba que le contara cuanto antes dónde había estado cuando desapareció de su vista ya que ni siquiera había ido a apoyarlo en su glorioso momento aquel primer día de competencia. Neil ignoró sus absurdos comentarios sobre todas las damas que sí estuvieron a su lado.

—Y había también una niña, bastante torpe por lo demás. ¿Te comenté que chocó al menos contra tres personas al intentar irse cuando se dio cuenta de que la descubrí viéndome? —Erwin rió—. Dioses, eso fue divertido, es decir, sé que causo impresión en las mujeres, pero ésta era una cría, no creo que tenga más de trece años. Linda, pero definitivamente demasiado pequeña para mí. Tal vez en algunos años, sí, podría ser...

Neil siguió caminando hasta el cuarto que ambos compartían; planeaba dormir un rato antes de decidirse por ir o no al banquete al que la bella muchacha lo había invitado. Probablemente Erwin no estaba enterado, o seguramente sería eso de lo que le hablaría, no de la hermana menor de la joven Arwen.

—Esa cría de la que tanto hablas —le interrumpió él—, tiene nombre y apellido, y es Lynette Manderly, segunda hija de los Señores de todo lo que ves a tu alrededor, más concretamente de lo que pisas. Si quisieras mantener tus dedos en su lugar, mantendrías la lengua quieta —terminó por advertir.

—¿Y tú cómo sabes eso? —cuestionó el muchacho, cruzando sus brazos a la altura de su pecho.

—¿Ojos verdes como gemas y cabello castaño? —contra preguntó. Esperó unos segundos para que su ingenioso amigo contestara pero, a falta de palabras, no le quedó más que añadir—: Hay un banquete esta noche, estamos invitados.

—Oh, sí —atinó a decir éste, volviendo a su postura relajada—, recuerdo que alguien me lo mencionó hace un rato. No creí que quisieras asistir de todas formas, así que no pregunté demasiado.

—¿No irías sólo porque yo no iría? —Eso sí que era extraño.

—Iba a ir de todas formas, me acompañaras tú o no. —Aquél sí se parecía más al Erwin que conocía—. Entonces, ¿vienes o no?

—No lo sé —vaciló—. Sabes que odio esas cosas...

—Pero... —Erwin esperaba a que continuara, expectante.

—Alguien me invitó a ir. Una joven, hermosa como el atardecer —añadió, sabiendo que era el objeto de una mirada incrédula del joven esperando a que fuera más específico—. Su nombre es Arwen.

La Doncella de Parlosk (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora