8. La que escucha

35 1 1
                                    


Lynette llevaba años tratando de ignorar los constantes comentarios de Lugh, el hijo de Casey. El muchacho es delgado y más alto que su hermano, casi tanto como el padre de ambos, con gesto duro y desafiante en el rostro; tiene también diecisiete años, como Owen. Desde que era niña él siempre la fastidiaba, le hacía burlas cuando se ella tropezaba y, algo que jamás olvidaría, fue uno de los principales detractores cuando quizo aprender arquería.

«Alguien tan torpe como tú no debería tomar un arco, serías un peligro público, más de lo que ya eres —había dicho algunos años atrás—. No sé cómo es que eres hermana de Owen o Arwen, incluso de tus hermanas menores».

Ahora, para sumarle a todo, el muchacho había escuchado cuando ella le contaba a su hermano (algunos días atrás) cómo se habían encontrado con el Neil, el porqué no le agradaba —dado el contexto de su encuentro— y, obviamente, él no perdía ocasión para resaltar sus fallas de juicio. En esos momentos sólo buscaba escaparse de él, no soportaba el hecho de que la siguiera día y noche por las órdenes de su Señor padre. Lo hacía sólo para fastidiarla, estaba segura de ello.

Distraída como siempre se pasó de donde tenía que doblar para ir a los establos —dado que le apetecía dar un paseo— y llegó, sin quererlo, hasta la zona Norte del castillo. Allí sólo se encontró con el vacío, estaba atardeciendo, y la única luz que parecía haber se colaba por la hendidura de una de las muchas puertas del pasillo. La curiosidad era uno de sus más grandes defectos, en más de una ocasión Arwen le había advertido que aquello le traería problemas algún día, pero ella prefería hacer caso omiso.

Se acercó con cuidado de no hacer ruido, no sabía quién o quiénes estaban tras el trozo de madera y debía evitar los problemas. Las ansias de escuchar eran mayores, sin embargo.

Sigilosa se posó tras la muralla de piedra, pegando el oído lo que más pudo a las bisagras. La chimenea de la habitación estaba ardiendo, alguien caminaba de un lado a otro. Ese mismo alguien comenzó a hablar de que hacía mucho frío, de que odiaba ese lugar, que el Sur del Valle no era tan bueno como lo pintaban y que, por sobre todas las cosas, esperaba marcharse lo antes posible de ahí. Era la esposa de Lord Kendell, no había que hacer mayor esfuerzo para saber que era esa mujer tan desagradable.

—A mí me gusta bastante —interrumpió otra persona—, casi tanto como nuestra tierra.

—No digas tonterías —refutó la mujer, paseándose por el cuarto, haciendo sonar sus botas en el suelo de piedra, provocando que su figura ocultara la pequeña franja de luz que se escapaba de la habitación de forma esporádica—. Es todo tan... primitivo, no es como Hallfond, Kestart o Heanford, al menos allí el comercio está mucho más desarrollado...

—Exageras —intervino un hombre de voz grave— como siempre. Concuerdo con Eirian, Farakin es un una región hermosa, Parlosk una buena ciudad, siento no haberla visitado antes, y que sean tales circunstancias las que nos traen hasta acá. Una lástima, la verdad.

—Claro, y ellos —menciona con tono despectivo— se aprovechan de nuestra desgracia. Meredith idolatra al muchacho ése, no crean que no me doy cuenta. ¿Acaso tú no piensas hacer algo al respecto? ¿Vas a dejar que se aprovechen de la debilidad de nuestra hija para un matrimonio que sólo les conviene a los Manderly? Estarías completamente loco si lo permites.

—Nuestra hija sabe lo que quiere, deberías estar feliz por ello. Dale hasta el final de nuestra estadía acá. Si cuando nos marchemos ha dejado este capricho, como tú le llamas, nos olvidaremos simplemente del tema. Si no es así, yo no le negaré su derecho a elegir con quien estar. No quiero eso para mis hijos.

La Doncella de Parlosk (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora