Capítulo 4.

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Desperté a las siete y media y comencé a maldecir por lo bajo al caer en la cuenta de que no había aprovechado al máximo las vacaciones de verano.

Me preparé para el que sería mi primer día de instituto en Madrid y cuando estuve listo, me tomé un vaso de leche y salí del piso.

Caminé apresurado por las calles de Madrid y llegué a mi nuevo instituto, dónde Adam me esperaba con cara de pocos amigos.

—Llegas un minuto tarde.

—Hola para ti también —saludé y sonreí, aunque mi sonrisa no tardó en esfumarse cuando vi que Adam me miraba con desgana.

—Voy a contarte todo lo que hasta ahora necesitas saber.

Yo asentí.

— ¿Recuerdas la chica de la foto que te enseñé el otro día?

—Claro, ha resultado ser mi vecina, ¿recuerdas?

—Es verdad —rió—. Eso son puntos a nuestro favor —añadió después.

Sonreí de lado.

—Te cuento, tu vecina, Jessica Ross, tiene diecisiete años, no tiene hermanos, vive con sus padres, estudia primero de bachiller y sus mejores amigas son Alba y Valeria. Ah, y omito dónde vive porque creo que ya lo sabes —rió falsamente.

— ¿Algo más?

—Le gusta hacer combinaciones raras de helados —añadió y quedó pensativo por unos segundos. Después suspiró.

—Y... ¿cuándo pondremos fin a tu venganza?

—He dicho que te contaría solo lo que hasta ahora necesitas saber.

—Eh... vale —dije resentido.

El timbre que anunciaba el inicio de la jornada rompió el incómodo silencio que se había adueñado de la conversación entre ambos.

—Recuerda: Debes acercarte a ella en cuanto tengas oportunidad y a ser posible intenta volver a tu portal junto a ella.

—Eh... Está bien —dije no muy convencido de si este plan saldría bien.

Me encaminé junto a Adam a las listas que anunciaban la clase y la taquilla asignada a cada alumno.

— ¡Bien! —gritó Adam eufórico—. ¡Sí que os han puesto en la misma clase!

Sonreí e intenté mostrar al menos la mitad de la alegría que Adam transmitía en estos momentos.

—Bueno, me marcho a mi clase, y recuerda ir a por todas, cuanto antes la conquistes mejor —dio unas palmaditas en mi hombro y después me entregó un papel con un número de teléfono inscrito en este—. Te vendrá bien tener su número —aseguró.

Adam se marchó y yo me quedé ahí, parado entre una mutitud de personas de mi edad que corrían apresurados hacia sus respectivas clases.
Pensé en hacer lo mismo pero descarté aquella idea cuando caí en la cuenta de que ni siquiera sabía en que pasillo se localizaba mi clase.

Suspiré y volví a mirar la clase que me había tocado en el tablón de anuncios.
Con el número de mi clase resonando en mi cabeza comencé a dar vueltas por el instituto hasta que al final logré situarme en la clase correcta.

Entré y decidí sentarme en un pupitre que quedaba al fondo de la clase.
Solté mi mochila en el respaldo de mi silla e intenté agarrarla bien para que esta no callera.
Segundos después dirigí mi mirada hasta la puerta y ví como Jessica Ross entraba acompañada por una chica con el pelo más bien rubio, y deduje que sería una de sus dos mejores amigas.

AUNQUE TÚ NO LO SEPAS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora