Capítulo 5

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Capítulo escrito por Lau : laumor_


Habían pasado un par de semanas desde que, muy a mi pesar, vivíamos en esta zona marginal llamada: barrio.

Las voces matutinas de las señoras mientras chismorrean cada día se habían convertido en mi despertador. El frío y pequeño bloque de pisos, construido allá por los años 30, ahora se trataba de mi hogar. Y, bajar a la calle, y no ver la cafetería de lujo donde Janice y yo tomábamos el brunch sí que era extraño. No es que adorase tener que arreglarme para tal comida cada domingo, pero Janice adoraba aquel lugar, así como a los camareros que nos hacían la pelota para conseguir una propina mayor que los elevados precios del lugar. Pero no me quedaba otra, era mi manera de disculparme por salir cada sábado hasta las tantas con mis amigos, y engañarla.

Pero ya no me quedaba eso, y lo cierto es, que tampoco lo echaba de menos. No es que Janice hubiese sido mi gran amor, y conocía a mis amigos lo suficiente para esperar que son unos capullos de cuidado. Como lo he sido siempre yo. Como lo soy.

Y estoy bien, en cierto modo, claro. Lo único que extraño, es esa tienda de videojuegos. Sin embargo, prefiero no pensar en ello. Me agobia creer que en unas semanas saldrá el nuevo Call Of Duty. Aún siento rabia al recordar como aquel idiota que trabajaba en el equipo de embargos se llevó mi PlayStation 4.

¿Por qué no se llevó mi teléfono móvil?

Total, no es como si alguno de mis amigos me fuese a llamar.

Pero estoy bien. Estoy bien. Corey está bien. O al menos los momentos que paso junto con Aurora. Ella es la calma que necesito, pese a que se trate de la persona más extrovertida y divertida que conozco.

Desde que la conocí, hemos quedado varias tardes para charlar, tomar un refresco, o incluso ver partidos de fútbol. Se ha convertido en una amiga a la que estoy comenzando a confiar, y contarle cosas que ni siquiera Janice supo.

Y me gusta. Me gusta poder desahogarme, porque tengo mucho que echar hacia delante.

Y aquí me encuentro, en mitad de una de las plazas de mi nuevo barrio, aguantando la música hortera que suena en los altavoces del viejo escenario, donde hace unos minutos estaba un payaso gordo de mala muerte. Por supuesto, no había niños viéndolos. ¿Quién va a querer verlo si a ese no lo deben de querer ni en su propia casa?

No me extrañaría que fuese hasta mi padre. Aunque claro, eso sería si el imbécil que me crio tuviese una gota de responsabilidad en su cuerpo y estuviese buscando trabajo. Algo que no es cierto.

Así que sí, el payaso gordo tiene más dignidad que mi padre. Que probablemente esté en el sofá viejo del apartamento, inconsciente gracias al whisky barato que ahora bebe.

Y yo estoy aquí, junto a la plebe sosteniendo un vaso de Coca-Cola, sentado en una estúpida silla barata de publicidad. Mientras espero que Aurora haga su acto de presencia. ¿Es que nunca aprendo? Llevo casi dos semanas quedando con ella a diario, y todavía tengo esperanzas de que sea puntual.

Saco mi teléfono móvil, único objeto testigo de que alguna vez fui rico. Bicheo entre la agenda, y reviso si tengo algún mensaje de ella. Pero no hay nada. Suspiro, y doy otro sorbo a la Coca-Cola, que, con la espera, se ha aguado por culpa del hielo.

Mi cara se arruga, odio la Coca-Cola aguada. Me agacho para dejarla en el suelo, y veo como unas zapatillas despintadas y gastadas se colocan justo delante de mí. Sonrió con desdén mientras levanto poco a poco la vista.

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