[...] Lirio, mi destino,
¡Voz de pájaros cantas!
Profundos, tus anhelos,
Destino, mi corazón y morada.[...] Allí está mi destino,
Y viajando besas
Los cuidados míos,
Lirio, sin ti vivir, no me imagino."El lirio", Miriam Isabel Quintana (fragmento).
Un hombre más había sido muerto entre mis manos. No porque yo quisiese, sino porque ya estaba marcado y era su momento. Su alma ululaba como la débil llama de una vela gastada, inundada por la cera líquida, y sus manos frías no podían ser calentadas siquiera por el abrigo de lana que le cubría. Es por eso que decidí acercarme a él, y de inmediato supe que su vida había llegado a su fin. Volvía a atesorar el alma de otro ser humano en ese lugar ahogado por las injusticias, no porque fuese mi trabajo, sino porque estaba aburrido. Sí, porque estaba aburrido. Las tinieblas pueden ser un lugar muy grato o muy tedioso, y en esa época era lo segundo, así que decidí hacerlo yo por mi propia mano mientras el resto de las almas se almacenaban en el supuesto lugar que yo moraba. El hecho de que yo estuviera fuera por una temporada no hacía daño a nadie, ni cambiaba el destino de nadie en nada. O eso creía yo.
Moví con el pie derecho a aquel hombre que yacía tendido en la acera, y percatándome de que yo no usaba un abrigo decidí tomarlo "prestado" para pasar mejor desapercibido entre los seres humanos. Había metamorfoseado a una forma de un joven hacía ya algún tiempo, y ahora el abrigo complementaba mejor que nunca mi atuendo. Volví a andar, y fue cuando las circunstancias cimbraron mi propio destino y el destino de la hija de la vida.
En realidad, los seres humanos me parecían seres tan normales, tan cotidianos, que no prestaba atención en ellos; más era imposible no reparar en esa mujer que había aparecido de la nada, en la oscuridad. Era la criatura más bella que mis ojos vislumbraron jamás. Un aura dorada iluminaba su ser, su delicado cuerpo, y los cabellos dorados ondeaban como una bandera tras de sí, ante su movimiento. Ataviada con un vestido blanco de gasa, ella corría, corría, ¿pero de qué corría? Fue cuando los vi. Un par de hombres, corriendo tras la joven mujer, y aunque sé que no debo inmiscuirme en los asuntos de los seres humanos, no podía dejar atrás a esa chica. Les seguí hasta un callejón oscuro, en el que tomaron de las manos a la frágil muñeca que lloraba frente a mis ojos y que miraba las navajas aproximarse a su piel hecha de leche y miel. ¡Qué alma más hermosa, qué pura...! ¡Qué bella e inocente mujercita! ¿Recuerdan cuando aseguré que dios no existe? Pues es aquí cuando lo confirmo y lo informo a ustedes: no existe, y aunque es una noticia dura, sé que sabrán entenderlo conforme más avance este relato. Existe la naturaleza, la energía y el universo. Existen los ciclos, la vida y la muerte. Lo aseguro por algo que yo soy, que yo sé, y que yo puedo hacer. No se me tiene permitido interrumpir vidas que no deban interrumpirse, pero yo, La Muerte, decidí tomar la vida de ambos hombres al mirar peligrar a esa mujer. Si dios hubiese existido, seguramente aquellos hubiesen tenido una penitencia, o bien, yo mismo al interferir en sus vidas. Pero no fue así. No recibimos penitencia alguna, sino que simple y llanamente, estaba cosechando mi propio destino. Y es que al mirar el alma de la muchacha asomándose con decoro, temblando cual florecilla mecida por el viento, anunciándome que ella ya no debía estar en este mundo mortal, no fui capaz de tomarla. Existen los ciclos, existe la vida y la muerte. Existe ella y existo yo, cambiando el rumbo de un mundo más podrido que la oscuridad.
Atontada, la fina dama se incorporó en llanto, mirándome, atravesándome con un par de ojos grandes y luminosos, como un par de avellanas coloreadas con hilos de sol. No estoy acostumbrado a tener un cuerpo como el de los mortales, así que el escalofrío me recorrió de pies a cabeza, sintiendo que la médula se me erizaba. Me acerqué a la joven de luz, y tomando sus manos, sólo atiné a decir "Estás bien". No pregunté. Aseveré que lo estaba. Y temblando, vibrando, meciéndose como la ramita de un árbol en otoño, pareció morirse frente a mis ojos. Odié ser La Muerte. ¡Odié el ciclo, odié a todo dios, a su energía, a la naturaleza! ¡Yo no quería tomar su alma! La recosté en el suelo y descubrí a la chica, despojándola un poco de su abrigo. ¡Me odiaba a mí mismo! ¡Ella no podía ser muerta! Miré, rogando porque no hubiese tomado yo su alma, su seno cálido, subiendo y bajando, anunciándome que ella respiraba. ¡Estaba respirando! ¡Respiraba, estaba viva aún! ¿Y ahora, qué debía hacer yo? No iba a abandonarle entre los cadáveres de dos hombres muertos de la nada: sería acusada de importunarles, y sería llevada presa, lastimada, o alguna tortura humana que no concibo en mi cabeza. Supuse que la mejor idea era llevarla a donde me ocultaba, y la llevé así, en mis brazos, hasta esa casa que servía de escondite en mi estadía en el mundo humano.
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El Lirio Blanco
Ficção HistóricaLillie, la hija de un duque y una princesa, ha nacido con una bendición: su alma es pura, la cual deberá mantenerse así el resto de su existencia. No obstante, ¿es aquello una bendición, o al contrario, una maldición? Mientras su vida transcurre de...