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Tan pronto Carmen salió de la casa de su madre tomó sus maletas y comenzó a caminar siguiendo la acera, directo hacia el centro del pequeño pueblo. Su primera opción hubiera sido tomar un taxi, pero después de unos minutos se dio cuenta de que el caminar le estaba ayudando a aclarar sus pensamientos.

Lo que la dominaba era la furia. Hacia su padre por haberles dejado desde hacía ya diecisiete años (cuando ella apenas tenía nueve años), hacia su madre por haber actuado como una loca compulsiva e insensible desde ese momento, a su hermano por haber olvidado tan fácil todos esos años de dolor que vinieron después de la muerte de su padre, y así misma, por haber aceptado regresar a ese horrendo lugar que una vez había llamado hogar.

Y no fue hasta que el peso de las maletas (una de mano y una con ruedas) fue haciéndose presente, y sus pies comenzaron a pedir un descanso, que la furia de Carmen se comenzó a evaporar dando paso a otro sentimiento, cuestionamiento. ¿Dónde iba a pasar las tres semanas que faltaban para la boda? ¿Iba a ir a la misma? ¿No era mejor tomar un avión de vuelta a Los Ángeles? ¿Qué diría su amiga Hannah si estuviera en su lugar? ¿Algún día podría mejorar su relación con su familia?

Todas estas preguntas danzaban frente a la mente de Carmen cuando por fin llego al centro de Holloway, ya entrada la noche. Éste era un pequeño parque circular (o tal vez ovalado) rodeado de altos faroles y los establecimientos más importantes de la ciudad: la iglesia, la biblioteca, el café de Benny's, el restaurante Italiano, el banco, la panadería, el pequeño cine/teatro, y otras cuantas tiendas más que vendían ropa, comida y chucherías; y es que a partir de ahí lo único que había alrededor eran casas y más casas. Carmen siempre pensó que el que hizo el diseño de la ciudad era un estúpido, ¿quién querría ver a los vecinos todo el tiempo?, y como ése era el único lugar al que ir era de esperarse encontrarse a todo el mundo todo el tiempo.

Pero eso ahora no le importó mucho a Carmen, hacía ocho años que no ponía pie alguno en ese pueblo por lo que esperaba que nadie le recordara. Y con eso en mente optó por entrar al café de Benny's, un pequeño local de dos pisos con un gran letrero de madera encima de la puerta de entrada. Desde las ventanas del primer piso se podían ver a las personas tomando bebidas calientes y charlando animadamente, mientras que desde el segundo piso solo se dejaban ver unos cuantos solitarios que leían, escribían en una laptop, o simplemente miraban a la nada. Tan pronto Carmen cruzo la puerta del local se dirigió al segundo piso, necesitaba un poco de silencio.

Mientras subía las escaleras no pudo evitar notar que la gente le miraba, probablemente por el trajín que era subir sus maletas por la pequeña escalera al fondo del local, o simplemente porque era una extraña para esas personas.

Una vez arriba divisó la sala en busca del lugar más alejado de toda forma de vida, una pequeña esquina al fondo de la estancia con una mesita y un inmenso sofá color chocolate, a lado había una pequeña ventana que daba a la calle. Desde el momento en que Carmen se sentó adoró el lugar. Silencioso, alejado de los otros solitarios y del ruido de las escaleras, iluminado solamente por una vieja lámpara de noche. Lo podía ver todo y nadie le veía a ella.

-¿Qué quieres ordenar? –le preguntó una joven de unos dieciséis años, de cabello castaño y ojos vivases, que le había seguido desde que entro en el local.

-Ah, un té. -Contestó Carmen indecisa, y la chica le miro con curiosidad.

-¿Eres nueva aquí?

Carmen sopesó las posibilidades, contar una larga historia de su infancia o fingir que era una completa extraña.

-Sí, un amigo mío se va a casar. -Hermano o amigo, ¿cuál era la verdadera diferencia? Simple, una era la verdad y la otra una fantasía. Carmen sacudió la cabeza, alejando sus pensamientos.

Dime lo que sientes y me quedaré a tu ladoWhere stories live. Discover now