Sixteen/Última Parte

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JUEVES, 3 DE NOVIEMBRE DE 2011
Sixteen // última parte
Todo me duele. No hay una parte de mi cuerpo que no le mande señales de dolor a mi cerebro. Como si me hubiesen apaleado. Como si hubiera corrido una maratón. Renuncio a fumar esos cigarrillos y emprendo la búsqueda hacia un nuevo quiosco. Antes de salir suena el teléfono del departamento, es de noche y tengo miedo. No me imagino quién puede estar llamando, no se me ocurre una sola persona que tenga el número de teléfono fijo del departamento de Mar del Plata. El timbre cesa. Me siento en una de las sillas y apoyo los codos en la mesa, me aprieto los cachetes con las manos hasta que me queda la boca en forma de círculo. Espero a que no suene de vuelta. Las pestañas me hacen cosquillas en los dedos chiquitos de la mano. Juego a abrir y cerrar los ojos. Ahora apoyo las palmas de mis manos en la mesa y sobre ellas mi frente y cubriendo todo lo demás mi pelo. Largo, rubio, que me deja ciega de todo.

Ya casi pierdo mis esperanzas con la llamada, seguro era número equivocado, cuando vuelve a sonar. Me enderezo en mi silla, de nuevo las ganas de ir al baño o el miedo y el corazón haciendo su esfuerzo de vida o muerte para llevar la sangre a todos los espacios de mi cuerpo. Atiendo.

Sabía que ibas a estar ahí, me dice y sabía bien, porque soy yo y acá estoy. Es él. Tanteo una silla de espaldas y me dejo caer en su almohadón que me recibe con un ruidito. Dice que está abajo, que quiere verme. Necesito esconderme o ir al baño, eso o tengo mucho, mucho miedo. En mi cabeza ensayo una respuesta.

Cuelgo el teléfono. Busco las llaves del departamento en la cartera hechizada, las encuentro tras batallar tres o cuatro minutos contra un encendedor, dos lapiceras, un lápiz labial, una billetera y mi celular sin batería. Me miro en el espejo que hay al lado de la puerta. Pienso que soy hermosa. Pienso que estoy particularmente luminosa esa noche. Pienso que si no se enamora de mí hoy, si no me vuelve a amar para siempre, ya no tendré terceras oportunidades. Pienso que hoy o nunca. Y muy adentro, en la consciencia y la cordura sé que quizás hoy tenga la oportunidad.

Como si fuera un traje pesado me deshago de la soledad y la tristeza. Me tiento con quedarme ahí, en ese lugar que tan bien conozco, donde la gente puede dañarme pero el dolor me es familiar. Lo conozco, sé hasta dónde llega, sé cuán intenso puede ser. Conocerlo, saber de él, me hace añorarlo. Tengo miedo de ser una estúpida más si soy feliz. Tengo miedo de empezar a fijarme en el color de uñas y el color de pelo y qué marca viste a cuál celebridad. No quiero eso. Yo me distingo de eso.

Como si fuera un traje pesado, y no sin miedo, me quito de encima la soledad y la tristeza, la desesperanza y el descreimiento. Me deshago también de la paciencia para esperar que esta persona que me ama se canse de mí. Hice ya todos mis esfuerzos por alejarlo. No quiero ser triste. No quiero más. Yo quiero pasear y que me señalen, ahí va la que se ríe de todo, de qué puede estar riéndose.

Me saco el traje triste y le contesto que ya bajo. La heroína trágica por fin se fue a dormir.

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