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Cuando Erick llegó, una hora después, encontró a su amigo tirado en el suelo, sollozando y murmurando algo que él no logró comprender, también notó que estaba temblando. Soltó las dos bolsas con comida que traía consigo en la mesa y corrió hacia su amigo, lo sacudió con un poco de brusquedad intentando sacarlo de su estado.

—¡Joe, amigo! ¿Estás bien?

Joe, entre sollozos, dejo de murmurar y dijo. —No, no lo estoy. Erick, tengo miedo.

—¿A qué?

—A... No lo sé. Esto no me puede estar pasando a mí.

—Amigo, ella se ha ido, tienes que afrontarlo.

—No, ella no puede haber muerto, ella es hermosa, ella no puede morir.

—Joe, escúchame. —Erick lo levantó hasta que quedaron frente a frente. —Ámbar se ha ido, acéptalo, no podemos hacer nada y lo siento mucho. —en ese punto, él intentaba contener sus lágrimas para no perjudicar más a su amigo.

Joe suspiró, vio a Erick a los ojos e intentó sonreír, sin embargo, cayó en llanto por tercera vez en el día, solo que esta vez, Erick le consolaba y escuchaba.

Pasó otra hora en la que Joe logró calmarse un poco, dejó de llorar (sin embargo, el dolor seguía ahí), comió un poco de ensalada y se afeito la barba, aunque le costó más trabajo de lo que esperaba, se sentía débil.

—¿Qué día es hoy? —dijo Joe recostándose en su cama individual, cada quien tenía la suya.

—Hoy es. —Erick revisó su celular. —Es jueves, ¿por qué?

—El domingo es su funeral.

—Supongo que quieres que vaya.

—Sip, es lo que te pido.

—¿Irá toda su familia?

—Aún no se enteran, la única persona con la que hablaba Ámbar. —Hizo una pausa, le dolía pronunciar su nombre. —Era con sus hermanos, Rita y Chris.

—Pues, mañana iremos a avisarles, solo dime donde viven y yo te llevo, a menos que quieras manejar.

—No creo poder manejar, ellos viven en la ciudad vecina, la que está por el este.

—Roadville, así se llama. No es una ciudad en sí, es un pueblo.

—Bueno, ahí viven.

—Vale, iremos después de que salgas de tu trabajo.

—. Joe se estremeció, había olvidado su trabajo por completo. —¡Mi trabajo! Debo de ir o seré despedido, tal vez pueda hablar con el jefe, comprenderá, pues es viudo...

—Pídele tiempo para que superes esto, o al menos para que te sientas capaz de trabajar, por ahora intenta dormir, Joe. Lo necesitas. Yo estaré viendo la televisión.

Joe asintió y apagó la luz, se recostó en su cama y cerró los ojos. Logró conciliar el sueño, pero no soñó, sino siguió recordando el como la conoció:

Al verla pasar del otro lado de la calle pensó en saludarla, pero su timidez se lo impidió, por lo que continuó con su camino. Llegó a la tienda donde vendían los árboles y se sorprendió al verla entrar detrás de él, ahí fue cuando se decidió a hablarle.

—Oye, creo que te conozco. —dijo ella antes de que él lo hiciera.

—Uhm, si, algo así. —Joe se puso nervioso. Ella era realmente hermosa. —Te vi un día, bajo el gran roble. Te sentaste a leer y después te fuiste.

—Sí, también te vi. Tu no parabas de verme. —dijo ella con una sonrisa coqueta. —Por cierto, soy Ámbar, gusto en conocerte. —le ofreció la mano y Joe se la estrechó.

—Me llamo Joe, es un placer conocerte, Ámbar.

—Joe, uhm, me gusta tu nombre. —sonrió.

—Bueno, mi nombre es Joel, pero prefiero que me llamen Joe.

Ámbar le preguntó la razón y él le explicó que se sentía regañado cada vez que le hablaban por su nombre completo. Ambos rieron y se pusieron a observar los árboles, buscando dos que fueran perfectos para sus hogares.

Este recuerdo causó (contrario a lo que causaría realmente el recordar un hecho tan lindo como ese) que Joe sintiera miedo, estaba solo ahora, se sentía así y esta vez, Ámbar no estaría ahí para consolarle.

El día en la oficina fue tedioso.

El jefe de Joe, llamado Maximiliano, estuvo ocupado durante toda la mañana, pues hubo un intento de paro laboral que fue detenido justo antes de ponerse más serio de lo que ya era.

Joe esperó hasta que dieron las tres de la tarde, cuando, por fin, pudo acercarse a hablar con él. Entró a su oficina, un pequeño cuarto del edificio que tenía una gran ventana con vista a la calle, desde ahí se podía ver una parte de la ciudad, que estaba un poco contaminada.

Maximiliano estaba sentado en su silla de oficina, viendo hacia la ciudad. Estaba cansado y aturdido por lo ocurrido en la mañana.

Joe tocó la puerta y su jefe le dejó pasar.

—Pase.

—Buenas tardes, jefe.

Él se volteó, vio a Joe y sonrío.

—¡Joe! Buenas tardes, ¿Qué necesitas? —Maximiliano apreciaba a Joe, pues era el empleado ideal (a su parecer).

—Jefe, necesito que me haga un gran favor.

—Dime. —él se veía extraño, o al menos, así lo veía Joe.

Él le contó lo sucedido, una parte de cómo se sentía al respecto y le pidió unos días de recuperación, Maximiliano, tranquilo como siempre, entendió lo que sentía su humilde empleado y le dio una semana para recuperarse, con paga incluída, acto seguido de esto, se tocó la cabeza, le dolía, seguramente era migraña.

—Oye, antes de que te retires. ¿Sabes de algún buen doctor? Mi cabeza no deja de molestarme.

—Conozco uno, se llama Locke. Su consultorio se encuentra a una cuadra de la torre de detectives, al lado de una cafetería. Está por allá. —señalo la torre que se alzaba sobre los demás edificios.

—Gracias, Joe. Puedes irte, y ten cuidado, dicen que hay probabilidad de lluvia, ¿Qué digo lluvia? Tormenta.

Él asintió y salió.

Erick le esperaba afuera, con una caja de donas de chocolate que pasó a comprar al centro comercial que se encontraba a media hora de ahí, para ese momento se había comido tres de ocho, y estaba comiendo la cuarta cuando su amigo salió con una sonrisa que, en lugar de parecer de satisfacción, parecía digna de una persona con serios problemas mentales, tal vez depresión.

Erick le ofreció una dona a Joe, quien la aceptó gustoso.

—¿Te dejó?

—Por supuesto que lo hizo, hasta le recomendé un médico. Le duele la cabeza. —su sonrisa se desvaneció rápidamente y bajó la vista. —No puedo creer que le pedí eso a mi jefe, nunca creí que tendría que pedir días para recuperarme de algo doloroso.

Subieron al auto de Erick, un auto pequeño de cuatro personas.

—Es necesario, amigo. No es lo mismo perder un celular que perder al amor de tu vida.

—Lo sé. Solamente es que todavía no lo asimilo al completo.

Erick arrancó el auto y tomó la ruta más rápida hacia Roadville. Llegaron ahí en una hora y media.

El DueloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora